Los conflictos y los desastres como los terremotos, las inundaciones o las sequías causan cada año el sufrimiento y la perdida de vidas y enseres a miles de personas en todo el mundo. Intermón Oxfam estamos presentes en África y Latinoamérica atendiendo a las personas vulnerables en las crisis humanitarias. Aquí explicamos qué hacemos en los países afectados para atender las necesidades básicas y reducir la vulnerabilidad de las personas ante futuras crisis.

jueves, 28 de julio de 2011

La realidad de la hambruna en el Cuerno de África

Por Jim Clarken, director ejecutivo de Oxfam Irlanda
28 de julio de 2011

Alguien me dijo una vez que la peor imagen en el mundo era una madre hambrienta tratando de alimentar a un bebé hambriento. En el Cuerno de África, y sobre todo en Somalia, esta situación se está volviendo más y más común con cada día que pasa.

Los padres y madres, habiendo agotado todas las opciones para atender las necesidades básicas de sus hijos, los están enterrando en vez de cuidarlos.

Como padre, puedo imaginarme la desesperación a la que han llegado estos padres en esta terrible lucha por la supervivencia. Pero esta semana pude entenderlo mejor al reunirme con algunos de esos padres, durante una visita a Kenia y Somalia con la expresidenta de Irlanda Mary Robinson, ahora presidenta de Oxfam, y otras agencias humanitarias irlandesas.

Pudimos experimentar de primera mano el trauma por el que pasan personas agotadas entrando en masa a Kenia a través de la frontera somalí: en algunos casos han estado caminando por días enteros, ayudando a los familiares mayores, empujando a los niños para que caminen y cargando a bebés.

Cuando las familias tuvieron la suerte de llegar a la seguridad del campamento de refugiados de Dadaab, pudieron conseguir alimentos, agua y refugio, así como atención médica para la desnutrición severa. Miles de personas están llegando en este campo cada día.

Ahora miles de personas llegan diariamente a este campo, y cada mecanismo de supervivencia que tuvieran se ha agotado: normalmente han vendido su ganado, devorado o vendido cualquier cosecha y se han quedado sin dinero para comprar comida si la había.

Dentro de la misma Somalia las personas están desesperadas. En Dollow, Mary Robinson recibió una cálida bienvenida: muchos somalíes recordaban su visita en 1992. En el país la conocen como “la Madre de Dado”, por la región.

Nuestra primera parada fue a un lado de la carretera, en donde un grupo grande de mujeres y niños agotados se habían dejado caer bajo unos árboles. Hablamos con Sadia Abdul, quien había caminado la mayor parte del camino desde Birbwell, ¡a 200 kilómetros de distancia! Con ello dejó atrás los conflictos armados y cualquier posible medio de obtener ingresos para su subsistencia.

El grupo estaba hambriento y necesitaba agua y comida desesperadamente. Muchos tenían la mirada vacía de las personas que han pasado por mucho y estaban al borde de no poder continuar el viaje por sus propios medios.

Conforme entrábamos al pueblo de Dollow había un comité de bienvenida compuesto por niños y niñas cantando para Mary Robinson, con carteles que expresaban cuánto apreciaban todos la atención irlandesa a sus problemas, y su esperanza de que podamos hacer una diferencia para ellos.

En la clínica vimos bebés siendo pesados, medidos y revisados buscando cualquier signo de desnutrición: muchos eran demasiado más pequeños y pesaban poco para su edad.

La verdadera preocupación es que todavía no entramos completamente en la temporada “de hambre”, que no alcanzará su máximo sino hasta octubre: el director de la clínica cree que esta vez puede llegar a ser peor que en 1992, cuando la clínica ya está sobrepasada: el personal trabaja desde que amanece hasta tarde en la noche, y ya hay filas afuera esperando cuando abren.

Los médicos y enfermeras dan un producto altamente nutritivo a base de cacahuate (conocido como “Plumpy’nut”) a los niños con los peores síntomas de desnutrición, pero debido a que las familias no tienen nada más se reparten este producto entre ellos, lo que significa que nadie recibe la nutrición apropiada.

Sodo Abdulahi Nuh, de 25 años, estaba pesando a su bebé desnutrido de 14 meses: resultó pesar sólo 7 kilos, y la joven tiene otros tres hijos a los que cuidar. Alrededor de seis niños mueren cada semana en esta misma clínica debido a la falta de alimentos.

Hablé con Sofia, quien caminó 40 kilómetros desde Beladlow con sus ocho hijos. Su esposo fue asesinado en Mogadiscio y ahora su prole y ella misma deben quedarse con otra familia que los acogió pero que apenas pueden con la carga adicional.

Sofia no sabe lo que van a hacer, pero por ahora su prioridad es intentar conseguir alimentos para su familia (muchas veces se saltan comidas). Amina caminó kilómetros desde Luk con su hija de tres años Asha. Ya perdió a dos de sus hijos, y todo su ganado murió también.

Amina había caminado 50 kilómetros desde Luk con su hija Asha de tres años de edad. Ya había perdido dos hijos. Todo su ganado también murió.

También en Kenia las familias se están quedando sin recursos: en el pueblo de Karagi, en Turkana, ha habido 40 entierros en los últimos seis meses, la mayor parte niños, y todos debido al hambre

Lo más llamativo de Karagi es que no vimos a ningún hombre en edad de trabajar. Esos hombres habían viajado largas distancias para tratar de encontrar agua para su ganado - la única fuente de ingresos que tienen. Envían dinero cuando pueden. El pueblo está totalmente compuesto por mujeres, niños y ancianos que están al borde del desastre. La sensación de mal presentimiento era palpable.

En Marsabit escuchamos a un hombre de 65 años, Tabich Galgal. Nos dijo simplemente que no tienen comida: algunos miembros de la comunidad están recibiendo ayuda humanitaria, pero la comparten con otros, por lo que todo el mundo intenta sobrevivir a base de raciones. La frustración era palpable en la voz de Tabich conforme describía cómo habían intentado todo: no es que no estén haciendo todo lo que puedan para aferrarse a la vida, pero la sequía se les ha echado encima con todo, según él.
Elena Boru nos explicó luego que la falta de agua ha tenido un efecto devastador sobre las mujeres, quienes deben de pasar la mayor parte del día buscándola.

Según ella, hay más que suficientes personas en el pueblo completamente dispuestas y capaces de trabajar, para hacer lo que sea necesario para mantener a sus familias, sin olvidar la protección a los ancianos. Durante el viaje vimos a personas mayores muy débiles y claramente desnutridas: una situación espantosa considerando todo lo que han aportado a sus comunidades a lo largo de sus vidas.

La hambruna se ha declarado en partes de Somalia. Estas es la consecuencia inevitable de la sequía, el cambio climático, conflictos armados, pobreza endémica y falta de inversión en el desarrollo.

Estas son preguntas que deben de responderse a su tiempo, pero primero tenemos que lidiar con esta crisis humanitaria. Hay 12 millones de vidas en riesgo, pero si actuamos ahora podemos prevenir futuras pérdidas humanas a gran escala.

La respuesta humanitaria de Oxfam


Oxfam está trabajando a través de la región, en el suministro de alimentos, agua potable y refugio, y ayudando a la gente a poder ganarse la vida otra vez. A través de nuestros programas tenemos la intención de llegar a tres millones de personas.
Oxfam está trabajando a través de la región, en el suministro de alimentos, agua potable y refugio, y ayudando a la gente a poder ganarse la vida otra vez. A través de nuestros programas tenemos la intención de llegar a tres millones de personas.

Por el momento, Oxfam está llevando a cabo en el mayor programa de nutrición en la capital, Mogadiscio, tratando más de 12.000 niños gravemente desnutridos, mujeres embarazadas y las que están amamantando. También estamos suministrando agua y saneamiento para 300.000 desplazados internos y proporcionando equipos para salvar vidas al único hospital d infantil de Somalia que está funcionando.

En Kenia y Etiopía, estamos dando dinero a la gente a través de efectivo para los programas de obras para construir tanques de agua y embalses. Estamos llevando camiones para el suministro de agua a 32.000 personas en Etiopía y tratamiento de agua para beber, cocinar y lavar. Estamos ayudando a las personas que tiene ganado a mantenerlos sanos y vacunados. Estamos cavando y reparando pozos, y proporcionar servicios de saneamiento y letrinas.

Pero no podemos hacerlo solos. Necesitamos la ayuda de los gobiernos y el público en general para detener la propagación de esta catástrofe humana.

De lo contrario estamos condenando a miles y miles de personas a una muerte innecesaria.
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miércoles, 27 de julio de 2011

Dadaab Diary: Huyendo del hambre en Somalia (Diario de un trabajador de Oxfam en Dadaab)

Por JJ Singano desde Kenya.
27 de julio de 2011

Cada día llega más gente a Dadaab. Lo hacen cansados y hambrientos, medio desnudos y sin comida ni agua. Han caminado hasta aquí desde Somalia - algunos durante 10 días, otros durante más de un mes – y no traen nada con ellos. Es un viaje muy difícil que miles logran realizar, pero también nos cuentan que muchos otros han muerto en el camino. Los más débiles mueren atacados por las hienas, otros fallecen a causa del calor y la extenuación. Son atacados por los bandidos, que especialmente roban a las mujeres y a los niños. A menudo, no se autoriza a los hombres a cruzar la frontera.


La zona donde estamos trabajando acoge cerca de 20,000 refugiados. Cuando empecé a trabajar aquí, sólo había arbustos y animales salvajes. La mayor parte de los refugiados, en Somalia eran agricultores pero se vieron obligados a huir cuando perdieron su cosecha a causa de la sequía y la guerra. Cuando llegan aquí están muy malnutridos y necesitan desesperadamente comida, agua y medicina. Sin embargo, a pesar de lo desesperado de la situación, se les ve contentos de haber llegado a un lugar seguro.

A medida que las llegadas se van incrementando, el campo está más y más sobrepoblado. Los niños llegan en condiciones terribles. Justo ayer, dos niños pequeños que habían llegado muy debilitados del viaje, murieron aquí al lado. Puedes ver lo delgados que están y durante el día, a veces, ves a familias cavando tumbas a las afueras del campo. Algunos de los niños han pasado días sin comer, y sufren malnutrición y otras enfermedades como malaria y diarrea.
Las familias construyen sus cobijos con lo que pueden – ramas de arbusto, mantas y trozos de tela. Justo ayer, estuve dentro de una pequeña cabaña, de tan sólo un par de metros de ancho, en la que vivía una familia de diez personas. El campo, cada día, es más grande.

Hay muchos problemas con el saneamiento. En la nueva zona del campo hay 320 letrinas para 20.000 personas, y algunas de las letrinas están llenas. La gente tiene que defecar al aire libre – el olor está por todos lados.

El trabajo de nuestro equipo implica construir baños comunitarios, perforar puntos de agua e instalar tuberías y grifos para suministrar de agua potable los campos. Algunos de los pozos tienen 200 metros de profundidad. Contando todas las tuberías, el sistema se extiende 34 kilómetros.
Hay muchas organizaciones internacionales en el campo, pero también vemos cómo la gente se ayuda entre sí. Los que acaban de llegar reciben apoyo de los refugiados que ya llevan aquí más tiempo y comparten la comida con ellos. Se preocupan de los otros y, a pesar de lo duras que son las condiciones, están siendo muy agradables con nosotros.

Estamos preocupados por lo que ocurrirá en los próximos meses. No lloverá en ciertas zonas de Somalia hasta Octubre, así que tememos la llegada de decenas de miles de refugiados en Agosto y Septiembre. El campo está tan lleno ya, no sé cuánta gente más puede soportar.

Por ahora, necesitamos proveerles de más ayuda. Pero necesitamos que haya paz en Somalia. El mundo tiene que apoyar al pueblo somalí en su país, para que no se vean obligados a huir hasta Kenia o Etiopía.
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martes, 19 de julio de 2011

Actualizando la asistencia humanitaria


Desde el 23 de junio se han ido sucediendo en todo el mundo las presentaciones de la edición 2011 del Manual Esfera. Desde la India a Haití, Canadá, Senegal o España han dado a conocer el documento que recoge los principios compartidos y normas mínimas que debe cumplir la respuesta humanitaria.

Más de 650 expertos de unas 300 organizaciones, entre las cuales se cuentan los principales organismos de las Naciones Unidas, han participado en la amplia revisión que ha precedido a esta tercera edición del Manual Esfera.

La versión en español se ha presentado hasta el momento en Venezuela, Argentina, Bolivia, España, Honduras y Nicaragua. En este último país, además, el acto de lanzamiento del pasado jueves -financiado por la Oficina de Ayuda Humanitaria y Protección Civil de la Comisión Europea (ECHO) y organizado por Save the Children y Oxfam Centroamérica (CAMEXCA)- se ha complementado con un exitoso curso de capacitación. 36 miembros de organizaciones civiles dedicadas a la cooperación e instituciones gubernamentales como Defensa Civil o el Ministerio de Salud recibieron formación sobre el Manual Esfera en este primer curso en Nicaragua para formadores del Manual Esfera 2011. Se trata de 36 alumnos que, a su vez, multiplicarán los conocimientos en su entorno de trabajo, ya que explicarán en sus organizaciones cómo llevar a cabo una asistencia humanitaria con garantías en materias como agua y saneamiento, seguridad alimentaria y nutrición, refugio, protección y salud.

Una semana antes había tenido lugar la presentación en España del proyecto Esfera con actos simultáneos en Madrid y Barcelona que organizaban conjuntamente Intermon Oxfam y el Instituto de Estudios de Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).


Más información en http://www.intermonoxfam.org/es/page.asp?id=2005&ui=12333


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martes, 24 de mayo de 2011

Los refugiados de Dadaab buscan cobijo


Linda Ogwell es la oficial de medios del afiliado inglés de Oxfam en Kenia. Nos relata a continuación la situación de los refugiados somalíes en el país africano.

"Aún no tengo tienda así que me las voy arreglando a base de trozos de tela y palos de madera. Lo único importante es que mi familia tenga algún tipo de cobijo," dice Maalim Bahigow, un recién llegado a Dadaab de 50 años.

El complejo de refugiados de Dadaab, en el noreste de Kenia, es el más grande del mundo. En la actualidad da refugio a casi 320.000 personas, de los cuales la mayoría ha huido del conflicto en Somalia, uno de los peores del planeta. A pesar de estar extremadamente abarrotado, el proyecto de crear una nueva extensión ya ha sido bloqueado por el gobierno keniata.

Más de 2.000 refugiados continúan llegando cada semana, muchos como resultado del empeoramiento de la sequía en toda la región. Maalim, su mujer y sus cuatro hijos pequeños se encontraban entre ellos, con la esperanza de volver a empezar. Caminaron e hicieron autostop durante 18 días y 500 kilómetros hasta llegar a Dadaab.

"Cuando decidimos escapar a Kenia, esperábamos encontrar paz y alivio tras pasar por tanta angustia, pero al llegar aquí hemos encontrado más sufrimiento," comenta. “Por lo menos en Somalia tenía casa. Aquí tenemos que arreglárnoslas con un refugio improvisado.”

Con tanta saturación, Dadaab está a punto de estallar. El complejo está divido en tres campamentos: IFO, Dagahaley y Hagadera, todos completamente llenos donde muchos viven en condiciones desesperadas.

El espacio básico de 12 por 15 metros cuadrados de tierra, que normalmente da refugio a una familia somalí típica de cinco personas, ahora recoge a más de 15 personas. Los recién llegados no tienen refugios adecuados y se enfrentan a enormes dificultades en cuanto al acceso a agua y baños. La amenaza de posibles brotes de enfermedades es constante.

"Como los baños están lejos, algunas personas acaban haciendo sus necesidades en arbustos," explica Maalim. "Nuestro mayor miedo es que, cuando llueva, es probable que contraigamos el cólera."

Desde el 2008 y dada la escasez de tierras, no ha sido posible asignar terrenos residenciales a los recién llegados. Desde agosto de 2010, estos han tenido que asentarse fuera de las áreas de acampada designadas. En la actualidad, más de 24.000 personas están refugiadas en tierras que pertenecen a la comunidad anfitriona local, lo que ha despertado sentimientos opuestos.

"Durante casi 20 años les hemos dado la bienvenida a los refugiados llegados a nuestra comunidad y esto ha pasado factura," asegura Hassan Khalif Mire, un líder local. "Estas personas han causado daños al medio ambiente, aumentando así la pobreza de nuestra comunidad. Y lo que es peor aún, ahora han empezado a asentarse en nuestras tierras de manera ilegal."

Otros defienden que la economía local se ha beneficiado enormemente del campamento y los refugiados. Pero no cabe duda que la afluencia de refugiados ha creado tensiones y ha puesto presión sobre los recursos.

Sin embargo, los refugiados no tienen otra opción que asentarse en tierras locales. Una nueva extensión del campamento (denominada IFO II) ha sido construida para aliviar la masificación actual y acomodar a recién llegados. Pero el Gobierno de Kenia ha parado la construcción y ha denegado la apertura del campamento, citando varias razones, incluyendo objeciones por parte de la comunidad anfitriona y la seguridad nacional.

Mientras la discusión continúa, los refugiados como Maalim siguen viviendo en condiciones deplorables e inaceptables, esperando la llegada de buenas noticias por parte del gobierno.

"Ahora mismo mi vida está en un parón. Habrá que espera y ver qué pasa. Es una situación desesperada pero qué podemos hacer.”

Imagen por Linda Ogwell/Oxfam: Maalim y su familia en Kenia.
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jueves, 19 de mayo de 2011

Bananas, sonrisas y nuevas ideas en Zambia

Namwala, en la Provincia del Sur de Zambia, es muy propensa a las inundaciones y las sequías. Oxfam está implementando un programa de Reducción del Riesgo de Desastres (DRR) en las aldeas del río Kafue, donde los ganaderos y los pescadores se han visto gravemente afectados por los continuos desastres. Nellie Nyang’wa, la directora de Oxfam en Zambia, nos cuenta más sobre el programa.

El proyecto DRR forma parte de un programa mayor, cuyo propósito es reducir los riesgos causados por los desastres, tales como las inundaciones y las sequías, mejorando la capacidad de prevención y adaptación a escala local y nacional.

Al visitar las aldeas, son evidentes los esfuerzos que está haciendo la comunidad para diversificar sus medios de vida. Lo que más nos impresionó fue el afán de la comunidad por intentar algo diferente: se mostraban muy emocionados al relatarnos sus historias esperanzadoras.

“Mejores que la ayuda alimentaria”
En efecto, vimos que iban por buen camino cuando dijeron que los experimentos que están llevando a cabo en sus campos son “mejores que la ayuda alimentaria”.

Lo que atrajo nuestra atención fueron los hermosos cultivos de banano alrededor. Las comunidades de la aldea escogieron esta planta gracias a su resistencia a las fluctuaciones climáticas. Los bananos parecen estar creciendo tan bien que no nos sorprendería que en algunos años esta área se conociera como el ‘distrito bananero’: ¡en verdad es una idea fascinante! Sin embargo, no es tan fácil: las mujeres nos recordaron lo difícil que es regar las plántulas recién trasplantadas, especialmente durante la estación seca.

Ahora queremos explorar la manera de enseñarles nuevas habilidades, poner a prueba ideas innovadoras e incrementar el proyecto. Por ejemplo, observamos que las comunidades están preocupadas con el desarrollo de sus cultivos y que no habían pensado mucho en el mercadeo del banano. Así pues, otras iniciativas podrían incluir la creación de vínculos con proyectos futuros de Oxfam, que se centren en mejorar el acceso de las personas al mercado.

En efecto, cuando estudiamos los enlaces, sometemos a prueba ideas e innovamos, facilitamos un cambio verdadero y sostenible.

Más información sobre este proyecto aquí.
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martes, 17 de mayo de 2011

Viajando por la "ruta de la muerte" en Costa de Marfil



El coordinador de ayuda humanitaria de Oxfam para África Occidental, Philippe Conraud, ha regresado recientemente de una visita a una de las zonas más afectadas por el conflicto en Costa de Marfil. En lo que él ha llamado la "ruta de la muerte", ha comprobado que el suministro de ayuda humanitaria sigue siendo extremadamente difícil debido al persistente estado de inseguridad.

El camino desde Guiglo, a través de Bloléquin y Toulepleu, no lejos de la frontera con Liberia, es un lugar donde se libraron algunos de los combates más encarnizados en Costa de Marfil hace apenas unas semanas. Decenas de miles de civiles fueron desplazados por la violencia y el acoso. Muchos miles escaparon hasta Grand Gedeh, en Liberia, donde Oxfam cuenta con una iniciativa de respuesta a la emergencia, pero muchos más siguen en condición de desplazados en la propia Costa de Marfil, viviendo en los bosques o en campos temporales a lo largo del camino. Lo he bautizado como la ruta de la muerte.

Muy pocas organizaciones humanitarias se han presentado en la zona desde que terminaron los combates. Algunas agencias de Naciones Unidas han estado allí, escoltadas por cascos azules de la propia ONU. En todo caso, nosotros quisimos hacer nuestra propia visita de evaluación, sin escolta armada, con el propósito de detenernos en las aldeas y conversar con la gente de allí.

Nunca antes habíamos estado en esta zona, por lo que, naturalmente, una de las principales preocupaciones tuvo que ver con el miedo a lo desconocido: ¿con qué nos encontraríamos?, ¿con qué tipo de personas?, ¿cómo se comportarían con nosotros? Nunca se sabe lo que podría pasar ni con quién se podría uno encontrar.

Aquello parece el Viejo Oeste
Viajamos con cierta aprehensión, pero nos aseguramos de tener a mano los números telefónicos de los comandantes militares de la región, y fuimos a verlos desde que llegamos.

Pasamos muchos puestos de control. Una semana antes nos habían dicho que había 17 en un tramo de 60 kilómetros, pero sólo nos encontramos 12, unos cuantos puestos menos. El camino principal está controlado por las FRCI (Fuerzas Republicanas de Costa de Marfil), que están bajo las órdenes de la capital. Pero en ciudades como Bloléquin, la situación es distinta: aquello parece el Viejo Oeste. Encontramos muchos grupos armados distintos, y armas de fuego por todos lados. Había muchos jóvenes con fusiles Kalashnikov terciados a la espalda. Había distintos grupos armados de "autodefensa" y mercenarios liberianos que habían combatido en ambos lados del conflicto.

Estar allí nos hizo sentir incómodos. No es un lugar en el que me gustaría pasar la noche. Pero éramos extranjeros; viajábamos de día en un vehículo con identificación de Oxfam y una bandera, lo que nos daba cierta protección. Me imagino que en esta zona, la vida como civil debe ser muy difícil.

Aldeas fantasma
Pasamos por muchas aldeas completamente destruidas. Eran aldeas fantasma totalmente vacías y completamente quemadas; había cadáveres por todos lados. Nadie había regresado. Estaban completamente vacías.

Pero algunas sorpresas nos esperaban. Algo que nos llamó la atención fue la cantidad de civiles (más de los que esperábamos) en algunas aldeas del camino. Fue sorprendente comprobar que muchos habían regresado a aldeas totalmente quemadas y en las que aún quedaban cuerpos en las calles.

Es difícil entender qué los había hecho regresar. Algunos decían que se sentían seguros y habían decidido regresar... para mí, esa respuesta no lo explicaba todo, y si bien hay una serie de motivos tribales y étnicos detrás del conflicto, no me quedaba claro por qué una aldea había sido quemada hasta las cenizas mientras otra permanecía intacta.

En los próximos meses habrá mucha necesidad de obras de rehabilitación y reconstrucción... tanto de viviendas como de pozos, que son las principales fuentes de agua y no se han usado durante las últimas semanas, por lo que hay que limpiarlos adecuadamente antes de poder volverlos a usar. Otro problema es que se han echado cadáveres en los pozos y, por razones psicológicas, la gente no querrá volver a usarlos.

Las aldeas han sido totalmente saqueadas. Las casas que quedan no tienen ventanas ni puertas, ni techo. Muchos se pasean armados y solo los hombres han regresado a las aldeas: no hay mujeres, lo que indica que ellas no sienten que sea seguro regresar.

La respuesta humanitaria de Oxfam
Oxfam planea trabajar aquí. Nuestra estrategia es esencialmente ayudar a que la gente regrese eventualmente a sus casas, para lo cual necesitará ayuda para la recuperación y la reconstrucción. También se necesitará ayuda para que los que regresen puedan volver a ganarse la vida.



No obstante, por ahora no podemos trabajar allí... es demasiado peligroso. No va a ser mañana ni la semana que viene, pero tendremos que estar allí en los próximos meses. Ese es nuestro imperativo humanitario.

Trabajamos con la gente en Liberia, y con los desplazados internos en Costa de Marfil, en zonas como Duekoué, desde donde la gente deberá regresar a sus hogares cuando considere que es posible un retorno seguro. Y regresaremos con ellos para ayudarlos a reconstruir.

La crisis no ha terminado
Puede que la crisis política haya terminado, pero está claro que muchos aquí no lo sienten así... la crisis no ha terminado. Las aldeas todavía están vacías, y aún quedan muchos miles de personas desplazadas viviendo en lugares inadecuados: en campos de refugiados o en casas de familias que las han acogido, y deberán permanecer allí por un tiempo. El regreso a las aldeas que hemos visitado tomará tiempo, lo mismo que la recuperación; esto lo damos por seguro.

Primero, transcurrirá mucho tiempo antes de que la gente decida regresar, antes de que sientan que es lo suficientemente seguro regresar. Segundo, tendrán que recuperar sus vidas y las actividades a las que se dedicaban antes tener que huir, y eso puede tomar años.

En todo caso, soy del tipo optimista: creo en la vida, creo en la esperanza, creo en el futuro, pero no será nada fácil. Todavía quedan muchas armas por todos lados, y mucha gente que depende de las armas para sobrevivir. Mientras no se desarme a esa gente, los demás vivirán en el temor, serán acosados y no podrán llevar una vida normal.

Más información sobre el conflicto y donativos, aquí.

Imégenes por Caroline Gluck/Oxfam: Refugiados en Liberia y depósitos de agua potable parte de la respuesta de Oxfam.
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martes, 5 de abril de 2011

Esperando volver a la normalidad en Pakistán (Parte y 4)


Al entrar en las fangosas ruinas del poblado de Janeb, eché una ojeada en una tienda de ACNUR que parecía estar repleta y se movía un poco. Estaba llena de mujeres, observándome con sus ojos abiertos como platos. Cuando intenté hablarles, me dijeron que no con la cabeza y se metieron para adentro.

Partimos en busca de algunas mujeres que quisieran hablar con un extraño. Conduciendo entre los canales, la neblina dejaba entrever unos escenarios extraños y surrealistas: grupos de hombres envueltos en sábanas, hablando en torno a una mesa de billar rescatada de las aguas y preparándose para jugar una partida. Árboles muertos caídos y doblados como momias en gruesas telarañas: cuando se inundó todo, las arañas no tenían otro lugar a donde ir excepto allí. Otros hombres partían rocas para reparar la erosión en los canales (trabajos financiados por ONG o el gobierno para inyectar dinero a la economía local). Con toda claridad, es una idea sensata, pero los hombres del programa de dinero por trabajo desfilando con sus pijamas de salwar kameez se ven tan miserables como convictos haciendo trabajos forzados. La forma de medir la pobreza de una persona cambió rápidamente en Sindh al llegar el gélido enero: claramente, si tenías ropa, la llevabas toda puesta.

“La mayoría de las personas aquí no tienen tierras”, relata Janeb. “Ahora muchos no trabajan porque solamente pueden hacerlo para el terrateniente, y él se quedaría con todas sus ganancias para pagar las deudas que le deben. Y si se ponen a reconstruir sus hogares, él les diría: deberíais estar trabajando en mis campos”.

Llegamos a otro islote-aldea, Ibrahim Chandio, un montículo sobre el barro cerca de un dique recientemente reparado. Aquí nos topamos con mujeres dispuestas a hablar. La ONG las había formado como educadoras en salud pública básica, y su rol como proveedoras de tabletas de purificación de agua y maestras de disciplina de lavado de manos de la aldea parece que les infundió cierto ímpetu. Sus maridos e hijos se reunieron y observaron en silencio mientras hablábamos.

“Regresamos aquí en diciembre: no queríamos, pero en los campos ya no quedaba comida”, relata Husna Ahmed, de 30 años de edad. El ejército nos dijo que nuestra aldea ya estaba bien, pero no fue así”. Mecía a un bebé moqueante apoyado sobre su cadera, mientras que sus otros dos hijos, Yasni (7 años) e Ifan (10 años) jugaban a nuestro alrededor. Desde las inundaciones no han tenido clases, y ahora el edificio alberga a tres familias.

“El agua sobre la carretera todavía nos llegaba a las rodillas. Al ver nuestros hogares, nos sorprendimos: estaban allí cuando nos fuimos, pero ahora no había rastro de ellos. Se nos llenaron los ojos de lágrimas y nuestros corazones se llenaron de dolor y miedo. Tuvimos que dormir fuera, en el barro”.

Le pregunté cuál era su principal preocupación. “Intentamos salvar a nuestros hijos antes que a nosotros, y necesitan alimentos”, confiesa. “Muchas cosas han mejorado... Los niños ya no tienen tanta diarrea, y ya no vomitan. Las ONG nos han dado tiendas de campaña y lentejas. El gobierno repartió dinero para cada uno, pero ya se nos ha agotado. Creemos que el agua permanecerá en nuestros campos por al menos tres o cuatro meses, así que no sabemos cómo vamos a ganarnos la vida ni a cultivar nada”.

La desnutrición es una preocupación para las madres y para los que intentan emparchar los agujeros de la mala financiación de la respuesta internacional a la inundación. (Según Oxfam, para el terremoto de Haití se donaron 406$ por cabeza en los primeros 10 días. En Pakistán, la cifra fue de 3,20$). Un oficial del Programa Mundial de Alimentos me comentó en enero que estaba trabajando en un plan que extendía seis meses la alimentación de emergencia en miles de aldeas y campos del distrito de Dadu. Pero a una semana de la fecha de inicio de ese proyecto titánico, todavía no contaba con financiación. Mientras tanto, los precios estaban en aumento: la harina para chapatis, el alimento básico, subió un 50% desde hace un año. Las cebollas se encarecieron tanto que durante la semana que estuvimos en Sindh el gobierno ordenó exportarlas para detener la escalada.

A finales de enero, Unicef anunció que las tasas de desnutrición de Sindh estaban en niveles que se habían visto más bien en crisis como las de Etiopía o Sudán. Un 23% de los niños sufrían una desnutrición aguda severa capaz de causar daño permanente en sus cerebros y cuerpos. En uno de los campos, un doctor de Médicos Sin Fronteras comentó que un 13% de los niños estaba desnutrido en Sindh la mayor parte del tiempo. “Este lugar es extraordinariamente pobre”:

Este tipo de pobreza es una trampa sin muchas oportunidades de salida. Expertos en desarrollo pakistaníes indican que, más allá de la palabrería detrás del "reconstruir y mejorar" de la elogiada respuesta del gobierno pakistaní a este gran desastre, poco queda por hacer para mejorar la situación de estos campesinos sin tierra. Excepto darles tierras, claro está. Se están debatiendo las transferencias de terrenos, la reforma de los derechos de propiedad de la tierra e incluso el fin del sistema feudal que rige las zonas rurales de Sindh. Pero todas estas medidas casi se quedan sin un lugar siquiera en el plan de recuperación de las inundaciones patrocinado por el Banco Mundial. “Esta forma de agricultura necesita pobreza”, me confesó un analista. “Hay algunos grupos de presión que quieren que los trabajadores rurales sigan sin tierras y tengan poca educación, ya que así el terrateniente puede enriquecerse".

Para algunos de los pobres afectados por las inundaciones de Sindh no hay vuelta atrás. En un gran campo ubicado sobre una gélida llanura desierta en las afueras de la ciudad de Hyderabad, me topé con unos aldeanos de Dadu que habían decidido abandonar su anterior vida laboral en el entorno rural. “¿Ir a casa?” me espetó una audaz mujer mientras salía de su tienda. “¡No! Allí todavía hay agua, huele fatal, no tenemos forma de ganarnos la vida y el terrateniente quiere que le paguemos por los cultivos que quedaron anegados por las inundaciones. ¡Dice que es nuestra culpa!

La que hablaba era Murdam Jakhrani, abuela de 28 nietos. Su abuelo perdió sus tierras en una pelea familiar cerca de Jacobabad, en el distrito de Dadu, y desde entonces, la familia había trabajado para hacerse con una parte de los cultivos que plantan y acudía a un terrateniente para que les adelantase los costes de las semillas y el fertilizante. “Es un hombre rico, vive en la ciudad”, continúa la Sra. Jakhrani. Cuando se inundó todo, el terrateniente nos pedía 40 mil rupias (unas 290 libras esterlinas) para rescatar a la familia del agua con un camión. “Si tuviéramos algo de tierra, lo consideraríamos una bendición. Cambiaría todo. Pero cuando se cierre este campo, iremos a la ciudad a mendigar. Eso es mejor que regresar”.

Imagen por Andy Hall: Unos jóvenes hablando en torno a una mesa de billar rescatada de las aguas.
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viernes, 1 de abril de 2011

Esperando volver a la normalidad en Pakistán (Parte 3)



Los hombres de la ONG local con los que viajábamos escuchaban cómo discutían los demás. Estaban cansados. “Vayamos adonde vayamos, siempre escuchamos la misma historia”, dijo uno de ellos, un especialista en salud y salubridad financiado por Oxfam. “La gente dirá lo que más quieren que creas para recibir ayuda. Eso dificulta nuestro trabajo”.

Uno de los voluntarios de confianza de la ONG, un agricultor llamado Janeb Khoso, nos llevó a la aldea para que pudiésemos hablar de lo que había sucedido. Mientras nuestra 4x4 se abría paso por los canales, me contó sobre la noche de principios de agosto en que las inundaciones llegaron a su aldea. “Aquí cerca hay un dique de contención (un muro de protección contra inundaciones). Es muy sólido. Se construyó hace mucho tiempo, cuando estaban los británicos. Contuvo las inundaciones de 1972, y nos sentíamos orgullosos de contar con él. Sabíamos que el agua no podía destruirlo.

Cerca de las 19:30, justo tras anochecer”, Janeb continuó, "los que vivían cerca del muro oyeron una explosión. El agua comenzó a anegarlo todo. De repente, parecíamos estar en medio de un océano. La gente huía para salvarse. No podían rescatar nada. Como nosotros estábamos un poco más lejos, mi familia tuvo como una hora de tiempo, así que escapamos con algo de ropa y comida. Pero perdimos los muebles, el congelador y el frigorífico, para los que habíamos ahorrado durante años. Y perdimos nuestras semillas, nuestra inversión para este año. Nuestros seis búfalos se ahogaron”.

Con las manos indicaba el tamaño de su aldea, una isla quizás del tamaño de dos campos de fútbol. A su alrededor había barro y grandes estanques de agua gris-amarillenta. Las causas parecían haberse derretido desde arriba, y solo quedaban unos pocos ladrillos erosionados. Las lonas de las tiendas de campaña y los plásticos impermeables con los logos de las agencias humanitarias emergen de entre las ruinas.

“¿La explosión? Todos saben quién fue”. Janeb citó a dos grandes terratenientes locales, políticos prominentes. “Ordenaron hacerlo para proteger sus tierras y las de sus súbditos”: El agujero ya está tapado, pero ahora atrapa las inundaciones en las tierras que el muro debía proteger. Como resultado, muchos de los aldeanos están todavía en los campos para refugiados.

Hasta hace dos semanas, la aldea de Janeb solo era accesible por medio de barco, y piensa que tendrán que pasar dos meses más antes de que se haya ido suficiente agua y puedan volver a plantar. Pero incluso así, las tierras deberán limpiarse o tratarse químicamente, ya que las inundaciones suelen dejar unas capas gruesas de sales.

“La inundación no debería haberse producido aquí”, comenta Janeb, negando con la cabeza. “Pero no denunciamos la explosión. No nos atrevimos. Esta gente tiene mucho poder. Utilizaron explosivos, al anochecer. Si hubieran usado una máquina para romper el dique la hubiéramos oído y nos habríamos encargado de los conductores”.

Imagen por Andy Hall: Una desplazada y su bebé en el Valle Indus.em>
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martes, 29 de marzo de 2011

Esperando volver a la normalidad en Pakistán (Parte 2)


La injusticia de las inundaciones y sus consecuencias se hacían patentes desde el paso elevado en el que conocimos a los pescadores. A un lado, campos inundados. A lo lejos, se divisa un montículo sobre el agua, otrora la aldea de Mumtaz Ali, a la que ahora solamente se puede llegar en canoa.

Pero al otro lado, la tierra estaba seca. Los brotes verdes de los cultivos de maíz invernales creaban un brillante velo verde sobre el barro y, a lo lejos, la caña de azúcar se volvía tupida. Pregunté por qué la diferencia, a lo que uno de los pescadores respondió: “Esas son tierras de un hombre rico. Pero si eres pobre, debes vivir en el agua”. Esta explicación encendió la mecha de un grupo de antiguos agricultores. Algunos decían que el terrateniente había conseguido que el gobierno del estado secase su tierra, y otros que nunca se había inundado. Llegó un coche, del que descendió un hombre grande, de unos 2 metros de altura e impresionantemente fornido. Los otros hombres se apartaron y me comentaron que ese era el terrateniente, Sikander Ali.

“Es el líder de la aldea. Es el dueño de la tierra seca”. “Necesitamos fertilizante, semillas, alimentos”, reclamó Ali tras darle la mano. Les pregunté por las tierras que había que secar. “Para eso necesitamos bombas. Se las he pedido al comisionado del distrito. Sé que el gobierno ha repartido dinero para bombear el agua. A mí no me han dado nada y voy a reclamarlo ante el alto tribunal. La corrupción está demasiado presente. Han desaparecido 90 rupias crore (6,5 millones de libras esterlinas) destinadas a raciones alimenticias. Mientras tanto, un 50-60% de nuestros ciudadanos se mueren de hambre. No nos han ayudado en dos meses”. Tras relatar su historia, Ali se va. Otros hombres se aproximaron a compartir sus relatos.

Uno dijo que había llegado ayuda pero que él la había requisado: ahora los hombres de Ali venden las tiendas de campaña de las agencias humanitarias a las familias sin recursos a 3.500 rupias (25 libras esterlinas) cada una. Además, esos mismos hombres estaban detrás de la voladura de un agujero en uno de los grandes muros de contención a fin de desviar las inundaciones. Pero muchas otras voces demostraban su desacuerdo: no, Ali es un buen hombre que perdió su propio hogar y que hace lo mejor para su clan... Otros estaban de acuerdo en que se había producido el sabotaje, pero que lo habían hecho hombres de la asamblea de estado. O quizás del comisionado del distrito. La turba de gente crecía y elevaba cada vez más la voz, y algunos incluso comenzaban a resbalar del muro, absortos en su discusión. El sol de mediodía se abrió paso entre la niebla, y una luz poco usual se desplegó a lo largo del muro. El hedor comenzó a ascender desde las aguas oscuras.

Imagen por Andy Hall: Cosechas inundadas en el Valle Indus
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martes, 22 de marzo de 2011

El acceso al agua es el derecho a la vida



Amélie Gauthier, nuestra responsable de Incidencia Política y Comunicación en Puerto Príncipe, nos habla de la importancia del agua, hoy 22 de marzo Día Mundial del Agua, en Haití.

El campo de deslazados del Parque Topaz es muy tranquilo, resguardado del tráfico horrendo de la calle principal y a lado de un pequeño río que baja de las montañas cercanas. Viven 300 familias de los barrios colindantes que se existían antes del seísmo. Un grupito de niños juega con cometas bajo el sol de mediodía.

En seguida nos recibe “La Señora” del campo. En francés dicen “la grosse madame” con cariño, pero no hay duda, es una señora que impone por su tamaño y se enorgullece de ello con unas risas. Ella hace parte del comité de campo que gestiona el agua y las infraestructuras de saneamiento que Intermón Oxfam ha instalado. Las nueve personas, hombres y mujeres, del comité son seleccionadas por los habitantes del campo teniendo en cuenta su implicación, sus valores y también el respecto y la confianza que les tienen. Estas organizaciones comunitarias en Haití son claves.

“La Señora”, Marie Lourde, lleva desde abril de 2010 como responsable de la limpieza y el buen funcionamiento del campo. Ella hace muy bien su trabajo. Visitamos cada una de las 14 letrinas. Todas, impecables. Las duchas, también net ampil, muy limpias, ofrecen un sitio más privado para lavarse. “Oxfam Internacional nos ha ayudado mucho, nos permiten sobrevivir y estar limpios”, dice Marie Lourde. Los equipos de agua de Intermón visitan cada día los campos para supervisar la buena distribución del agua, la calidad, los niveles de cloro y mejorar el saneamiento. Los servicios básicos de distribución de agua y construcción de letrinas y duchas han sido fundamentales para que no se desarrollen enfermedades relacionadas con el agua en mal estado como el cólera, la diarrea, la fiebre tifoidea y la disentería. De hecho, no se ha registrado ningún caso de cólera en ese campo.

El parque Topaz, es uno de los nueve asentamientos del barrio de Martissant de Puerto Príncipe y uno de los menos problemáticos. El agua viene de las montañas y se distribuye por los canales gestionados por la Centrale Autonome Metropolitaine d’Eau Potable (CAMEP) que no fueron destruidos por el seísmo. Por su parte, Intermón Oxfam rehabilitó las infraestructuras dañadas y construyó un depósito para abastecer de agua en el campo de desplazados y la escuela que se encuentra junto a éste, construyendo. En esta zona de la ciudad, Intermón Oxfam ha rehabilitado seis redes de aguas, construido cinco fuentes de aguas y una bomba de los que se benefician 27.000 personas.

Eso es sencillo en comparación con los campos que se encuentran en las plazas públicas, donde el gobierno no autoriza que se construyan estructuras de aguas y saneamiento permanentes, donde no hay canales de agua y por tanto tampoco solución ni a corto ni a largo plazo. Además, los comités de gestión pueden ser disfuncionales y politizados sobre todo en tiempos de elecciones, donde desacuerdos culminan con actos de vandalismo, robos y violencia.

Pregunto a “La Señora” si conoce el Día Mundial del Agua. « ¿El Día Mundial del Agua? No, qué es eso?”, dice ella con un tono escéptico a celebraciones fútiles. No obstante, ella entiende la importancia del agua, y sabe que es el gobierno quien debería ser responsable de la distribución. “Debe ser una de las prioridades del gobierno, el agua es al vida misma”, concluye.

Hoy, 22 de marzo, celebramos el día mundial del agua con la temática “El agua en las ciudades: responder a el desafío urbano”. En la zona metropolitana de Puerto Príncipe solamente una de cada cinco personas tiene acceso al agua potable. La mayoría de la población tiene que comprar agua corriente de calidad dudosa en quioscos o camiones cisterna con precios a veces arbitrarios y generalmente superiores a los que pagamos en Europa.

Queda mucho trabajo para que todos los haitianos y haitianas puedan tener acceso a agua potable, a infraestructuras de saneamiento mejoradas y para que puedan gozar plenamente de sus derechos. El acceso al agua es el derecho a la vida.

Imagen por Amélie Gauthier: Marie Lourde en el Parque Topaz, Martissant.
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jueves, 17 de marzo de 2011

Esperando volver a la normalidad en Pakistán (Parte 1)



El periodista Alex Renton visitó Pakistán 7 meses después de las inundaciones. Allí pudo comprobar las consecuencias de uno de los mayores desastres naturales de la historia, que provocó que más de 20 millones de personas se quedaran sin nada. Poco ha cambiado en estos últimos meses.

Tras unos cuantos días en Dadu, comienzas a olvidar que el mundo es mucho más que barro y neblina. Es un lugar desde el que se percibe el horizonte desde todo ángulo: grandes praderas inundadas de un océano gris, en un entramado de riberas y canales, algunos de ellos repletos de tiendas de campaña colocadas una detrás de otra a lo largo de varios kilómetros. Algún árbol ocasional o un poste telegráfico son los únicos elementos que emergen hacia la neblina que cubre el valle del Indo. Las aldeas parecen castillos de arena tras el paso de la marea. Estas eran algunas de las tierras agrícolas más ricas del sudeste asiático. Pero en agosto quedaron anegadas.

A medida que nos adentramos en los canales nos vamos topando con personas, supervivientes, ataviados de pies a cabeza con unas sábanas embarradas que los protegen del frío. Todos esperan que suceda algo que mejoren las cosas. Cada uno de ellos plantea las mismas preguntas: ¿Nos podéis ayudar? ¿Cuándo nos vais a ayudar? ¿Cuánto debemos esperar? Pero para muchos, lo más urgente parece ser que alguien escuche su historia.

“Yo era agricultor. Ahora soy pescador”, relata Mumtaz Ali. Cuando lo conocimos, estaba sonriente sobre el muro de contención y portaba orgullosamente un pez que acababa de pescar, como cualquier otro pescador de toda la vida. Cuando llegamos con la cámara, su rostro se tornó serio ya que, según nos contó, esta era ahora su cosecha, la única que le daban sus tierras desde julio del año pasado. En donde debía estar creciendo el trigo ahora nadan los peces. Llegaron con las inundaciones que arrasaron Pakistán a finales del verano pasado, que inundaron un área más grande que Inglaterra y a decenas de miles de aldeas como la de Mumtaz. Los peces se han puesto las botas con las semillas y los cadáveres del ganado.



“Pescar no alcanza para alimentar a nuestras familias”, agrega Mumtaz, “así que nos quedamos aquí a cuidar la aldea mientras los demás se han ido a vivir a los campos de refugiados o a la ciudad. Mi esposa y mis tres hijos viven en un muro de contención al lado del río, y recogen madera de la inundación para venderla como leña para fuego”. Mientras hablamos, un agricultor de otra aldea se acerca a rogarnos que le dejemos llevarse algunos peces vivos para que se reproduzcan en sus campos. Mumtaz da su visto bueno y el hombre se lo agradece una y otra vez.

Con cuatro amigos, una red y una destartalada canoa de madera, Mumtaz se gana la vida de la única forma posible: la pesca le proporciona 200 rupias al día a un total de 4 hombres. Duermen en el único edificio que queda en pie en su anegada aldea, una escuela de dos habitaciones. “Estamos esperando”, nos dice. ¿A que el agua se vaya? Se encoge de hombros y responde: “Esperamos que nuestra vida vuelva a la normalidad”.

Quizás otros cuatro millones de pakistaníes también estén a la espera en Swat, Sindh, el Punjab y Balochistán, en la vertiente de las grandes praderas del Indo, la columna vertebral de Pakistán. La denominan “el tsunami lento”. Tres inundaciones distintas barrieron el distrito de Dadu, en Sindh, durante agosto y septiembre, y provenían de tres fuentes diferentes. Los daños en todo el país fueron sin precedentes: 20 millones de personas obligadas a abandonar sus hogares, 2 millones de casas destruidas, 5,3 millones de puestos de trabajo perdidos. En cuanto a vidas afectadas, fue el mayor desastre natural de la era moderna.

Los desastres son injustos: Se ceban principalmente con los pobres, ya que no tienen medios de escape, ni seguros, ni ahorros para reconstruir sus vidas. Aquí, en el estado fallido de Pakistán, viven algunos de los más pobres de Asia. Dos tercios de la población rural de Sindh no tiene tierras y sus derechos sobre sus hogares son discutibles. La mayoría trabaja en la mediería y como peones agrícolas en las tierras de los terratenientes. Cuando regresaron a sus hogares en enero, resultaba difícil encontrar una familia que no tuviese deudas y no estuviera asediada por el hambre.

Imágenes por Andy Hall: Pescadores en lo que antes eran campos de cultivo y Mumtaz Ali con un pez recien pescado.

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miércoles, 9 de marzo de 2011

Un año en la vida de Marie


Liz Clayton, la oficial de medios de Oxfam en Puerto Príncipe, nos explica un año en la vida de Marie Carole, una de nuestras beneficiarias en Haití. A través de las cantinas que pusimos en marcha hace un año, ha conseguido ingresos suficientes para reabrir su pequeño colmado con el que puede mantiene a su familia.

Marie Carole Boucicaut vive en Campeche (Carrefour Feuilles), una zona pobre de la ciudad de Puerto Príncipe y situada en una de las áreas más gravemente afectadas por el terremoto, con toneladas de escombros cubriendo aún los solares donde antes se erigían edificios.

Marie Carole es una de las 56 mujeres que dirigieron una de las primeras cantinas comunitarias de Oxfam. Estas cantinas empezaron a funcionar en marzo de 2010 y dieron servicio durante dos meses en diferentes zonas de Puerto Príncipe. Oxfam prestó apoyo financiero a Marie Carole para que pudiera alimentar a 80 de las personas más vulnerables de su comunidad y conseguir ciertos ingresos, lo que supuso un primer paso para poder recuperar su medios de vida.

Conocimos a Marie Carole en abril de 2010. Marie Carole tenía una tienda de alimentación donde vendía productos a granel antes del terremoto. Le ofrecieron la oportunidad de llevar una de las cantinas, lo cual hizo con ayuda de sus hijas y su sobrina, y en junio, cuando nos volvimos a ver con Marie Carole, ella ya nos esperaba en su nueva tienda. “Todo fue muy difícil justo después del terremoto, pero somos haitianos, por lo que tenemos que ponernos en pie y seguir luchando”, fue lo primero que nos dijo.

Reactivando los mercados locales
Para ser una tienda pequeñita, la selección de productos disponibles es impresionante. En la tienda de Marie Carole se podían, y se pueden, ver ristras de cartones de leches, botecitos rosa de champú, dulces, botes llenos de lápices, una goma, afilador, regla y un par de compases… Todo lo que necesitan los niños para ir a la escuela.

La última vez que nos encontramos con Marie Carole fue en febrero de 2011, un año después del seísmo. Nos esperaba con buenas noticias y una gran sonrisa: “Recibí un contenedor de transporte para que lo usura a modo de tienda por parte de Oxfam, pues mi local estaba en muy malas condiciones. Ahora tengo un espacio más seguro donde guardar mi mercancía. Por favor, entrad y mirad todas las mercancías que he podido comprar”, nos dijo.

“Ahora vendo muchos productos, un poco de todo, un meli melo, si me permitís usar una de nuestras expresiones criollas. Estamos en medio de una ciudad, pero a veces una se siente como si estuviera en medio de una aldea, allí en el campo. Pues a la gente le gusta comprar en un mismo sitio todo lo que necesita, y eso es algo bueno para mí, ¡porque soy la tienda que tiene de todo!”

“Mi clientela ha crecido bastante, y los antiguos habitantes del barrio consideran mi tienda el lugar ideal para venir a hacer la compra. Además, los desplazados que viven en campamentos alrededor de esta zona también vienen a comprar aquí. Es cierto que la tienda que se encuentra cercana a la carretera principal vende más que la mía, pero a mí me va bien y no hay motivos para quejarse”.

“Sigo viviendo en un refugio temporal hecho con chapas de hojalata junto a otros 10 miembros de mi familia. Sólo yo y mi marido tenemos unos ingresos, así que seguimos luchando para satisfacer las necesidades diarias: comida, ropa, escuela, medicinas… Toda la familia depende de nosotros”.

“Con ayuda económica, muchos de nosotros hemos podido ponernos de nuevo en marcha, incluso en el caso de las personas que más afectadas quedaron por el terremoto. En mi caso, el trabajo en casa es lo que más tiempo me quita para centrarme en la expansión de mi negocio, pero confío en que las cosas cambien. Sé que no estoy sola en esta lucha y creo que Dios está de mi lado. Cuando miro atrás y recuerdo el 12 de enero y los primeros días después del desastre pienso que no había esperanza. Y fíjate ahora, es increíble, ¡aquí estoy de vuelta y en pie!”

Imagen: Marie Carole en su establecimiento. Derechos: Kateryna Perus/Oxfam

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martes, 8 de marzo de 2011

Mujeres contra el cólera

Amélie Gauthier, nuestra oficial de advocacy y comunicación en Puerto Príncipe, nos explica la historia de Elvie Luma de 30 años (imagen). Ella es la responsable del equipo de sensibilización sobre el cólera que trabaja en Gressier para evitar a través de la higiene y buenas prácticas nuevos brotes de esta enfermedad.


"Tenemos que asegurarnos de que los derechos de la mujer son la fundación de un nuevo principio y de estar atentos ante posibles retrocesos. Hoy, tenemos que ser solidarios con las mujeres de cada rincón del mundo que están trabajando para posibilitar cambios positivos en sus familias, sus comunidades y sus países."

Navi Pillay, comisionada de Derechos Humanos de la ONU


Su equipo la llama “chef” pero rápidamente ella contesta que no, “que Elvie es mejor”. Elvie tiene una cara tímida, pero a la vez dulce. Enfermera de formación, perdió su trabajo en Puerto Príncipe cuando el hospital en el que trabajaba se derrumbó debido al terremoto. Ahora, trabaja con Intermón Oxfam y de forma parecida ayuda a la gente a protegerse contra el cólera. Tiene a su cargo tres equipos para sensibilizar a los haitianos y haitianas sobre prevención de esta enfermedad y qué hacer cuando se presente un caso.

El cólera es algo nuevo en el país. Mucho haitianos desconocen completamente la enfermedad, cómo protegerse y qué hacer cuando se produce el contagio. En algunas zonas rurales creen que es castigo de Dios y quienes confían en los señores del vudú dicen que es una enfermedad “extranjera”.

La sensibilización llamada “puerta a puerta” que realizamos en Intermón Oxfam es fundamental para dar a conocer la enfermedad, cambiar el modo en el que algunas personas se comportan ante ésta y eliminar la estigmatización. Se debe tener en cuenta que una parte importante de la población no sabe leer, pues no ha tenido la oportunidad de ir a la escuela.

Durante las sesiones de sensibilización explicamos la cadena de transmisión de la enfermedad y como preparar los alimentos de manera higiénica y segura, entre otros aspectos. Damos mensajes clave para que tengan en cuenta los momentos más importantes para evitar el contagio, como el de lavarse las manos, por ejemplo. Además, les explicamos los síntomas de la enfermedad para que la identifiquen si se diera el caso.

Las sensibilización se hace de muchas maneras, puerta en puerta, como ya he dicho; pero también en las escuelas, los mercados y el tap tap (transporte comunitario). Además, para los más pequeños organizamos sesiones con un grupo de teatro, sesiones de juegos, donde se cantan canciones con mensajes clave, etcétera.

Elvie me explica que la primera vez que van a una nueva comunidad siempre es difícil porque la gente es muy desconfiada. Pero eso no es un problema, a Elvie le gusta trabajar con las comunidades y cree que esta sensibilización puede salvar vidas. Además, esos momentos difíciles del inicio se compensan cuando ella vuelve para dar seguimiento, entonces el recibimiento es mucho más cálido.

Llegado al punto en el que estamos en Haití, el cólera no desaparecerá, según afirma la Organización Mundial de la Salud, más bien se convertirá en un problema endémico y la población deberá tratar adecuadamente el agua durante mucho tiempo para evitar nuevos brotes de la enfermedad y seguir sanos. Elvie dice que poco a poco el trabajo de Intermón Oxfam está ayudando a que muchas personas conozcan la enfermedad del cólera, sepan como se transmite y también como se evita el contagio. Con las sesiones de sensibilización, estás comunidades aprenden a utilizar aquatabs (pastillas potabilizadoras) y tratar el agua con cloro.

Cada día los equipos de Intermón Oxfam sensibilizan a más de 200 familias. Las mujeres son claves, ellas son responsables de la cocina, del cuidado de los niños, y de recoger el agua. Son ellas las que contribuyen en que se haga mejor prevención y mejor protección, y en general son ellas las que reciben la sensibilización en mayor medida, más que los hombres. Hasta ahora, los equipos han sensibilizado a más de 22.000 personas en la zona, pero todavía nos queda camino hasta llegar a las 74.000 previstas en un inicio.

A final del día, de camino de vuelta a la base Elvie deja su sonrisa tímida y se comunica con su equipo en criollo: “hay 25 casos de cólera más en Kapetit, mañana nos espera un trabajo importante en la zona”, dice. En efecto Kapetit es una zona muy remota en las montañas donde deberán caminar una hora y media antes de llegar, además de alquilar caballos para llevar los kits de cólera. No a todas las partes de este país puedes desplazarte en coche.

Imagen por Amélie Gauthier/Intermón Oxfam: Elvie junto a uno de los vehículos de Oxfam.
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lunes, 21 de febrero de 2011

"Millones de personas no tienen acceso a los servicios más básicos"

Segunda y última parte de la entrevista a Ashley Jackson, responsable de advocacy de Oxfam en Afganistán, quien no scuenta su vida allí durante los dos últimos años.

¿Qué es lo que más te preocupa?
Millones de personas afganas no tienen acceso a los servicios más básicos que las personas de los países desarrollados dan por sentados, como la atención sanitaria, la educación, el agua limpia y el saneamiento. La situación es especialmente crítica en el sur y sureste de Afganistán: el 53% de las clínicas en el sur del país están cerradas. Pero la situación está empeorando en todo el país a medida que la inseguridad crece.

Las mujeres afganas son especialmente vulnerables. ¿Qué hace Oxfam para ayudarlas?
Creemos que las mujeres tienen un importante papel que jugar y deberían estar en el centro de los esfuerzos de la comunidad internacional en Afganistán.
Proporcionamos a las mujeres capacitación y capital inicial para la puesta en marcha de pequeños negocios, para que puedan proporcionar sustento a su familia y a si mismas. Pero es también muy importante que utilicemos la imagen de Oxfam para asegurarnos de que sus preocupaciones son escuchadas. Ahora mismo, queremos asegurarnos de que las mujeres jueguen un papel crucial en los procesos de paz, reconciliación y reintegración. Como la mayoría de las mujeres en Afganistán, no queremos ver que el pequeño pero importantísimo progreso realizado en los últimos nueve años se desvanezca.

A menudo solo oímos malas noticias sobre Afganistán ¿es lo único que hay?
Para nada. También ha habido mejoras en ciertos ámbitos. Por ejemplo, ahora hay dos millones de niñas que van a la escuela en comparación con las pocas miles de niñas que iban antes, cuando los talibanes estaban en el poder. Pero estas buenas noticias son escasas, y cada vez lo son más a medida que la inseguridad crece. Cuando uno de cada cinco niños afganos muere antes de los 5 años y cuando menos de la mitad de la población tiene acceso a la electricidad, eso significa que aún hay mucho trabajo por hacer.

¿Qué crees que ocurrirá en 2011?
Es difícil de predecir que ocurrirá en un país como Afganistán. Pero la seguridad se está deteriorando rápidamente por todo el país – 2010 fue el año con más muertes de civiles desde la caída del régimen taliban. Mientras Kabul sigue siendo relativamente segura, el conflicto continúa extendiéndose por todo el país, especialmente en el norte y el oeste, zonas consideradas seguras hace apenas un año. Todo indica que la situación seguirá agravándose a lo largo de 2011.
Se habla mucho de cómo las fuerzas de la OTAN se están preparando para la “transición” ¿Qué es esto?Ahora mismo las fuerzas militares internacionales se están centrando cada vez más en la “transición” – dejar la seguridad del país en manos del gobierno afgano a medida que retiran sus tropas.

Creo que, a la larga, esto es lo que el pueblo afgano desea ver. Pero es comprensible que a muchos les preocupe la capacidad de las fuerzas de seguridad afganas de garantizar la seguridad del país y asumir esa responsabilidad, teniendo en cuenta la brutal historia del conflicto. Sólo el 14% de los integrantes de las fuerzas de seguridad afganas puede leer o escribir, y los mecanismos de rendición de cuentas son extremadamente débiles. Creemos que es crucial evitar que las fuerzas de seguridad afganas cometan abusos contra los derechos humanos de forma generalizada; una preocupación real una vez que las tropas internacionales se hayan retirado.

¿Cuál será tu recuerdo de Afghanistan?
Mi primer viaje fuera de Kabul fue a una zona remota en el norte del país, donde visite un proyecto de alfabetización de mujeres. Recuerdo haber conversado con una mujer, que debía tener unos 50 años, sobre qué se sentía al aprender a leer a esa edad. Me dijo que era como estar ciega y aprender a ver. Ahora podía ir al mercado y comprar cosas, leer lo que ponía en el dinero y saber que no le estaban engañando. Me dijo que su mayor alegría como abuela era poder ayudar a sus nietos y nietas a aprender a leer porque, sin importar lo que ocurra en el futuro, es algo que nadie jamás podrá arrebatarles.
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miércoles, 16 de febrero de 2011

“La vida es increíblemente difícil y precaria en Afganistán"

Ashley Jackson, responsable de incidencia política de Oxfam en Afganistán, reflexiona sobre su experiencia durante los dos últimos años en el país.

¿Qué está haciendo Oxfam en Afganistán?
Oxfam lleva tres décadas trabajando en Afganistán y, actualmente, está presente en 20 de las 34 provincias del país, a menudo a través de nuestros socios locales. Trabajamos en proyectos de desarrollo a largo plazo, en especial en las zonas más pobres y remotas del país. Además, en ocasiones Afganistán se ve afectado por graves desastres naturales como inundaciones, sequías y terremotos. Cuando esto sucede, proporcionamos ayuda humanitaria de emergencia.

Como Responsable de Incidencia Política de Oxfam en Afganistán llevo a cabo labores relacionadas con cuestiones que afectan a los ciudadanos afganos de a pie, como la protección de civiles y la mejora del impacto de la ayuda internacional para garantizar que ésta llega a quienes más lo necesitan. Debemos asegurarnos de que las voces y las preocupaciones del pueblo afgano sean escuchadas altas y claras en medio del debate político y militar.

¿Cuáles son algunos de los mayores cambios que has visto?
La seguridad se ha deteriorado gravemente. Yo vivo en Kabul donde la situación es relativamente segura. Sin embargo, cuando llegué podía viajar sin mayores dificultades, ahora es más difícil. Existen algunas zonas a las que Oxfam, como otras ONG, ya no puede viajar o en las que ya no puede trabajar, y así es mucho más difícil llegar hasta aquellas personas que realmente necesitan nuestra ayuda.

18 millones de dólares de ayuda al desarrollo ¿Por qué, sin embargo, las personas son aún tan pobres?
Aunque la ayuda ha marcado una verdadera diferencia en las vidas de muchas personas, muy poca ha llegado a aquellas que más lo necesitan. Mientras el conflicto se agrava, muchos países ligan cada vez más la ayuda humanitaria a sus objetivos militares bajo la creencia de que así pueden “ganarse sus corazones y mentes”. Como resultado, muchas zonas pobres no reciben la ayuda que precisan porque son consideradas “seguras” o porque no hay tropas internacionales presentes allí. Así, mientras el despliegue de un soldado americano en Afganistán cuesta al año aproximadamente un millón de dólares, durante los últimos siete años se ha gastado una media de 93 dólares por afgano al año.

¿Qué tipo de proyectos de acción humanitaria funcionan mejor?
Los proyectos más efectivos que he visto a lo largo de estos dos años son normalmente sencillos: proyectos llevados a cabo por las ONG locales en el terreno y desarrollados de acuerdo con las necesidades del pueblo afgano y, a menudo, liderados e implementados por ellos mismos. Incluso si se trata de un sencillo proyecto para el suministro de agua o la construcción de una escuela en una comunidad, he podido ser testigo de impresionantes resultados y de cómo comunidades enteras se beneficiaban. Y me ha impresionado el compromiso de las personas en este tipo de ONG. Son realmente trabajadoras y se entregan al cien por cien a lo que hacen.

¿Cómo está ayudando Oxfam a la población afgana?
Afganistán es el segundo país más pobre del mundo, de acuerdo con las cifras de la ONU. Hasta un 80% de la población depende de la agricultura, o de actividades comerciales relacionadas, para sobrevivir. Oxfam trabaja duro para ayudar a las personas a que puedan salir de la pobreza.
Lo hacemos de diversas formas. Ofrecemos capacitación a los agricultores; ayudamos a construir escuelas, carreteras y letrinas; proporcionamos agua limpia; y proporcionamos formación y capital inicial para abrir pequeños negocios. Estamos presentes en algunas de las zonas más pobres y remotas del país, como Daikundi y Badakshan.

En Daikundi, no hay carreteras asfaltadas y sólo algunas escuelas cuentan con un edificio en el que dar las clases. Pero como el conflicto no está activo en la zona, los donantes proporcionan muy poca ayuda. La vida es increíblemente difícil y precaria, e incluso una mala cosecha puede desencadenar una situación de crisis. Ayudamos cuando hay escasez de alimentos o desastres naturales como inundaciones. Pero nuestra labor principal se centra en ayudarles a hacer frente a las causas subyacentes de la pobreza y, en última instancia, reducir su vulnerabilidad ante estos desastres.

En los próximos días, subiremos la segunda parte de la entrevista.
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martes, 1 de febrero de 2011

Tejedoras de vida


Tras las inundaciones que destruyeron las casas, las pertenencias y los medios de vida de millones de personas en Pakistán, una de las primeras acciones de Oxfam en Swat fue distribuir dinero en metálico. Mientras los hombres participaban en distintas iniciativas enmarcadas dentro del programa Dinero por trabajo, como la construcción de carreteras o la limpieza de los canales de irrigación y el alcantarillado, no era aceptable culturalmente que las mujeres hicieran lo mismo.

En septiembre visitamos a algunas mujeres en la localidad de Jarray que habían comenzado a tejer chales en el marco de los programas de Oxfam Dinero por Trabajo y de preparación para el invierno. Dos meses más tarde, quisimos saber en que se habían gastado el dinero ganado y cuál era su opinión sobre el programa.


Sadar Jehan
“Ahora estamos más relajadas que en septiembre. Con el dinero que ganamos a través del programa Dinero por Trabajo compramos alimentos y ropa para nuestros hijos, y pagamos las facturas del médico.”

“Tras recibir el cheque, fui a un banco en Fatipur. Les dí el cheque y ellos me dieron el dinero en efectivo. Nunca había estado antes en un banco y tenía un poco de miedo, pero cuando llegué me acerqué a un guardia de seguridad y le pregunté qué tenía que hacer y él me dijo donde ir. Me sentí muy contenta cuando me dieron el dinero. ¡Tan pronto me lo dieron comencé a pensar qué haría con él!”

“Tengo cinco hijos: una chica y cuatro chicos. El mayor tiene 20 años y está en Karachi, y el más pequeño tiene 7. Primero conseguí 5.600 rupias por tejer dos chales y, un mes después, otras 5.600 por tejer otros dos. Me he gastado casi todo el dinero en comida.”

“Antes de las inundaciones solía ganarme la vida como costurera. Ganaba unas 60-70 rupias por cada traje de mujer que cosía, y hacía dos por día. Pero eso era cuando había electricidad. Ahora no hay electricidad en el pueblo así que sólo consigo hacer un traje por día.”

Haya Begum
“Estamos muy contentas con el programa Dinero por Trabajo. ¡Y nos hemos acostumbrado! Nos gustaría participar de nuevo en este programa porque no tenemos más oportunidades y necesitamos ganar más dinero. Utilicé el dinero para pagar las tasas de la escuela y para comprar un jersey para el colegio. Tengo cuatro hijos.”

“¡Yo tome la decisión de cómo gastar el dinero! Fue la primera vez. Mi marido está fuera del país así que mis hijos dependen de mí. Me hizo sentir que yo tenía el poder. Sentí que habiendo sido yo quien ganó el dinero, yo era quien debía gastarlo. Tenía ese derecho y nadie debía cuestionar cómo lo gastaba. ¡Sentí el poder que da el dinero y que no debía rendir cuentas ante nadie! Con el dinero de mi marido tenía que dar todo tipo de explicaciones sobre como lo gastaba.”

Salma“Estaba muy, muy contenta con este programa porque me permitía ganar dinero para mi familia desde casa. Tengo cuatro hijos y mi marido no tiene trabajo.”

“Yo decidí cómo gastar el dinero porque yo lo había ganado. Mi marido no cuestionó ninguna de mis decisiones. Pagué un crédito de 5.000 rupias que había pedido para cubrir algunos gastos médicos. Uno de mis hijos tenía una infección respiratoria y además había pedido el crédito para hacer frente a los gastos de mi último parto.”

“Además, el programa nos mantenía ocupados y así olvidábamos nuestras preocupaciones. Sólo podemos trabajar en casa porque no hemos recibido ningún otro tipo de educación. Este programa nos permitió hacer algo para cubrir las necesidades de nuestros hijos cuando antes no teníamos ninguna oportunidad de hacerlo.”

“Nos preocupa no saber cómo vamos a poder ganarnos la vida. Nuestras casas y nuestras tierras han sido destruidas. No sabemos como recuperar nuestras vidas. No creo que lo logremos en lo que nos queda de vida. Tal vez sea posible para nuestros hijos, pero no para nosotros porque no tenemos ni tierra ni recursos. Tampoco tenemos dinero en metálico y muchas personas están en nuestra misma situación. Quizás nuestros hijos puedan recibir una educación y, así, consigan ganar algún dinero. Por eso haremos todo lo que esté en nuestras manos para que nuestros hijos reciban una educación. Será una lucha incluso física, pero quizás así nuestra situación cambie.”

En el programa de Oxfam Dinero por Trabajo han participado 807 mujeres tejiendo chales, colchas y jerseys. Cada mujer hacía cuatro piezas y, así, se han producido 390 colchas, 400 chales y 1.860 jerseys que se han distribuido entre 482 personas como parte del kit de preparación para el invierno.


Imagen por Jane Beesley/Oxfam: Una beneficiaria recibe una de las colchas del programa dinero por trabajo.

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miércoles, 19 de enero de 2011

La lucha contra el cólera en Haití (y II)

Ivan M. García, oficial de medios de Intermón Oxfam, nos cuenta desde Puerto Príncipe la situación de los haitianos un año después del terremoto.

Muchas de las zonas más afectadas por la epidemia de cólera se encuentran en áreas rurales remotas y de difícil acceso, y donde su población tampoco cuenta con medios de transporte para desplazarse. “Por eso actuamos en red. En el centro de ésta, por así decirlo, se encuentran los CTC, donde ofrecemos atención médica y también sesiones de sensibilización. En las zonas algo alejadas a estos centros, construimos las Unidades de Tratamiento de Cólera (UTC), donde al igual que en los CTC ofrecemos servicios de asistencia médica para los afectados por el virus. A nivel de comunidades, muchas de ellas en lugares lejanos y mal comunicados, implementamos lo que llamamos los Centros de Rehidratación Oral, un punto donde el paciente recibe los primeros auxilios antes de ser derivado, si es necesario, a la CTC o UTC, más cercana. Si el caso no es grave, regresa a su casa y antes se le enseña a preparar un suero oral doméstico con agua, sal y azúcar, entre otros ingredientes”, explica Herve Manaud. “Por último, en este trabajo en red hay que implicar también a las autoridades sanitarias haitianas y a la sociedad civil de este país, como por ejemplo, las cooperativas campesinas con las que colaboramos en las áreas rurales”, añade.

Enfermedades del cielo, del infierno y del cuerpo
Haití llevaba cerca de cincuenta años sin conocer un solo caso de cólera. Debido a ello la población desconoce los síntomas, ni qué hacer cuando se presentan, ni mucho menos como prevenirlos. Pero no sólo para eso la sensibilización y la información es clave. “Haití es además un país con unas creencias animistas muy arraigadas. Aquí hay tres tipos de enfermedades: las enviadas por el cielo, las del infierno y las propias de la salud y el cuerpo. Debemos mostrarles que el cólera viene de donde viene, que es una enfermedad de la salud y que debe ser tratada clínicamente”, dice el coordinador del CTC de Grand Goave.

También a través de la sensibilización, la población conoce los riesgos reales de la enfermedad. “De ese modo, no tenemos problemas a la hora de instalar un CTC en un lugar cercano a las comunidades, ni que éstas marginen y prohíban acudir a un punto de agua a uno de nuestros pacientes, como ha sucedido en ocasiones”, añade Manaud.

Emilie Aulinda ya ha terminado todo el suero. Parpadea una y otra vez en lo que se adivina como la previa a una gran siesta. Su madre la mira y sonríe tranquila. “Si los chicos de estas ONG no hubieran venido a mi casa a explicarme todo esto del cólera, jamás hubiéramos cogido esa moto el domingo para traerla hasta aquí”, dice.
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martes, 18 de enero de 2011

La lucha contra el cólera en Haití (I)

Ivan M. García, oficial de medios de Intermón Oxfam, nos cuenta desde Puerto Príncipe la situación de los haitianos un año después del terremoto.

Una gasa envuelve en varias vueltas el antebrazo de Emilie Aulinda sujetando la aguja del gotero. Ella, de seis meses de edad, sorbe con avidez el suero de rehidratación oral que una enfermera le suministra a través de una jeringuilla de plástico. La pequeña es una de las más de 170.000 personas afectadas por el brote de cólera -ahora ya epidemia- surgido en la provincia haitiana de Artibonite el pasado octubre y que se ha cobrado más de 3.600 vidas; pero ella ya está fuera de peligro. “La traje el domingo a toda prisa, cuando empeoró. Estamos aquí desde entonces”, decía ayer su madre, Caroline Germaine, en una zona abierta del Centro de Tratamiento de Cólera (CTC) de Grand Goave, gestionado por varias organizaciones como Oxfam, Médicos del Mundo y un consorcio de ONG suizas, entre ellas una delegación de Cruz Roja.

“El cólera es una enfermedad fácilmente prevenible con buenas prácticas de higiene y con un sencillo tratamiento a base de suero y sales orales. Si el caso es grave, suero intravenoso, pero el paciente básicamente lo que necesita es rehidratación y reposo”, dice el coordinador del centro, Herve Manaud, desde el pediluvio de la entrada, donde desinfecta su calzado en una solución de agua y lejía. El lugar se asemeja a una clínica de campaña, con grandes carpas blancas donde reposan los pacientes, varios habitáculos a modo de oficina, una cocina, varios tanques de agua potable, focos solares, almacén para medicamentos y sueros y letrinas. Todo impoluto. “Hasta hemos retirado la arena y hemos cubierto toda la superficie con esta piedrecillas”, añade Herve mientras remueve varias con la punta de su bota. “Así cuando llueve no se forma barro ni se estanca agua”, concluye. El CTC de Grand Goave tiene una capacidad para unas 85 personas. “Pero no todos son pacientes. Siempre que ingresamos a una persona, le acompaña un familiar. Suelen pasar aquí entre dos y cuatro días”, apunta.

La higiene es el camino

Vibrio cholerae es la bacteria que provoca la enfermedad del cólera. Ésta se transmite a través de las heces de una persona enferma; directa o indirectamente. Por ello, el contagio puede producirse ingiriendo líquido y alimentos contaminados con la bacteria. De ahí que el cólera pueda propagarse rápidamente en lugares donde abunden las aguas residuales o con infraestructuras de canalización en mal estado, como ha sido el caso de Haití desde hace años. Prueba de esta vieja carencia es que el brote surgió en Artibonite, una región que no fue afectada por el terremoto.

Los síntomas del cólera son vómitos, diarreas y cierta debilidad en las piernas. El tratamiento es sencillo, pero si la enfermedad no se ataja a tiempo, el paciente puede morir en cuestión de horas debido a la rápida pérdida de líquidos. No obstante, la prevención también es sencilla. Basta con adoptar medidas higiénicas básicas. Por ejemplo, el lavado de manos en momentos clave, ingerir y cocinar con agua que ha sido previamente tratada y disponer de un fácil acceso a estructuras de saneamiento como letrinas. A su vez, la referencia rápida de enfermos de cólera a centros de aislamiento para su tratamiento evita la propagación de la enfermedad a nivel familiar. Por ello el trabajo de sensibilización es clave, junto a la atención médica, para erradicar el cólera en Haití.

“Oxfam actúa a dos niveles, uno preventivo, a través de campañas de promoción de la higiene masivas e informando a la población en riesgo sobre las vías de transmisión de la enfermedad. Además, tratamos con cloro regularmente todas las fuentes de agua a disposición de la comunidad. También trabajamos con los actores de salud para proveer estructuras de saneamiento e higiene adecuadas, así como de agua tratada en los centros de aislamiento donde acogen a los enfermos de cólera. Por último procedemos a la distribución masiva de artículos de higiene -jabón, lejía, recipientes limpios para almacenar agua, etc.- para la población que habita en zonas consideradas de riesgo. La otra línea de acción es reactiva, y consiste en la descontaminación de los lugares frecuentados por los enfermos referidos a los centros de aislamiento: sus hogares, las casas de sus vecinos…”, señala uno de los expertos de agua y saneamiento de Oxfam, Marçal Trigo. (Continuará.)


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viernes, 14 de enero de 2011

Regreso a Santa Catalina


Ivan M. García, oficial de medios de Intermón Oxfam, nos cuenta desde Puerto Príncipe la situación de los haitianos un año después del terremoto.

Conocí a Jean Schneider hace poco menos de un año. Estábamos junto a las ruinas de la vieja iglesia de Santa Catalina, a las afueras de Puerto Príncipe. Me estrechó la mano con desgana y permaneció a un par de metros de mí, mirándome con recelo y el ceño fruncido, mientras yo entrevistaba a su esposa, Loritz Pierre.

Loritz, que abrazó a su hija durante toda la conversación, me explicó que once días atrás, durante el terremoto, habían perdido todo. Su casa, sus ahorros, sus ropas. También sus trabajos y que por ello, desde ese día, vivían de la caridad y dormían en la pequeña estancia de madera, chapa y lonas que se habían construido. Ella, su pequeña, su madre y Jean.

Loritz y Jean fueron dos de las primeras personas afectadas por el terremoto con las que pude hablar con calma mientras estuve trabajando con el equipo de Intermón Oxfam en las primeras semanas de emergencia. De trabajar habían pasado a mendigar, de tener una vivienda habían pasado a dormir junto a una iglesia derrumbada, de llevar a su hija a la escuela habían pasado a tener que preocuparse de nuevo por su educación, de tener una cama donde reposaba la abuela enferma habían pasado a tener que quitar las piedras del suelo para que ésta pudiera dormir. O lo que es lo mismo, de tener todo eso habían pasado a no tener nada. No es de extrañar que Jean Schneider mirara con recelo a ese tipo algo despistado, medio paliducho, que se había bajado de un 4X4 con aire acondicionado y vistiendo un chaleco blanco impecable. Yo también me hubiera mirado de ese modo.

Le chlorateur
Hace un par de días regresé cerca de las ruinas de Santa Catalina. Quería visitar el punto de distribución de agua con el que Intermón Oxfam abastece a los campos de desplazados que continúan en la zona y donde viven unas 7.000 personas. Junto a un tanque tipo onion cambié algunas palabras con el responsable de la cloración y desinfección del agua, que llevaba unos meses trabajando para Intermón Oxfam. “Mi familia y yo perdimos todo en el terremoto. Todo. Conseguir este trabajo ha supuesto muchísimos cambios en nuestra vida”, decía. “Nuestra pequeña casa ya es algo más que una chabola. Y aunque mi mujer no tienen aún trabajo –eso nos ayudaría mucho- mi hija ya ha regresado a la escuela”. El hombre sonreía satisfecho y tranquilo. Agradecido. Tras una pausa, le pregunté que sentía en ese momento, un día antes del aniversario de la tragedia. Entonces su semblante cambió, se tornó grave, aunque con la misma serenidad. “Hoy… mañana, estos días son unos días tristes. Aquí todos perdimos gente. No podemos estar de otro modo”, dijo.

Nos despedimos con un nuevo apretón de manos. Volvió a sonreír y me felicitó por el trabajo de “nuestra” organización, mientras mostraba con una pizca de orgullo su tarjeta de identificación. Junto al logotipo de Oxfam aparecía la palabra francesa chlorateur y tras ella el nombre de Jean Schneider.

Imagen: Jean Schneider, junto al tanque tipo "onion". © Ivan M. García/Intermón Oxfam
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jueves, 13 de enero de 2011

Una historia (desafortunadamente) poco común


Ivan M. García, oficial de medios de Intermón Oxfam, nos cuenta desde Puerto Príncipe la situación de los haitianos un año después del terremoto.

“Mientras Dios me dé vida, yo la seguiré viviendo” dice Marie Danielle, una haitiana de 40 años, mientras descansa en el portal de su casa. Vive ahora en Gressier, el mismo lugar a las afueras de Puerto Príncipe donde vivió el terremoto de hace justamente hoy un año. Donde vivió la pérdida de su casa, de sus enseres y también donde vivió la muerte de familiares y amigos. Después, continuó viviendo. Vivió como desplazada a un par de centenares de metros de donde lo hace hoy. Vivió a expensas de la ayuda humanitaria y vivió también las tormentas tropicales que se sucedieron a mediados del pasado año. Vivió todo eso y más. Se nota en su cara. Se percibe en su mirada, en su gesto grave.

Pero Marie Danielle es una mujer afortunada. Esa vida - para ella ese Dios- también la llevó a vivir de muy cerca hace dos meses los beneficios del programa de reasentamiento que llevan a cabo Intermón Oxfam y GTZ, una organización alemana. Ahora, forma parte de una de las 69 familias que han podido volver a un pedazo de tierra en Gressier. Un pedazo de tierra que es en realidad su tierra, su propiedad. Mientras que GTZ ha construido una vivienda para una de ellas, Intermón Oxfam les proporciona los materiales necesarios para que construyan su propia letrina, una por familia.

“Además, coordinamos sesiones de promoción de la salud pública y buenas prácticas de higiene. Es un proyecto interesante, pues es totalmente un programa de reasentamiento definitivo. Son sus tierras y tienen sus viviendas y sistemas de saneamiento. Estas familias ya tienen un lugar donde vivir de manera permanente”, explica la responsable de la misión humanitaria de Intermón Oxfam en Haití, Sandrine Robert.

La vivienda de Marie Danielle está construida en madera sobre una superficie de hormigón. Su techo, en forma de pico, es de chapa. “Ahora todo es distinto. Tenemos la casa, tenemos la letrina que nos ayuda a mantener todo limpio… No es como hemos vivido hasta ahora…”, señala mientras sujeta una cortina azul al marco de la puerta y deja al descubierto la estancia. En ella hay tres camas con tendido celeste y varias ventanas tras unas cortinas blancas de gasa. Está limpia. Mucho. Justo tras la puerta, a mano izquierda, hay una camilla con un tapete rosado donde se alinean relucientes vasos largos de metal junto a una cafetera y una pequeña jarra para la leche. Hay también unos estantes. Sobre ellos, un reloj de metal rojo, un par de peluches, uno aún en su caja, y, colgando de una de las esquinas del tercer estante, mirada atenta y gesto impertérrito, un muñeco de Buzz Lightyear, el peculiar héroe de la saga de animación Toy Story.

Los otros damnificados
Desafortunadamente, la vida que vive Marie Danielle no es la de la mayoría de los haitianos afectados por el seísmo. Aún hoy, alrededor de un millón de personas sigue viviendo en los campos de desplazados que se formaron tras el terremoto en Puerto Príncipe y sus alrededores. En gran parte, debido a que sólo el 5% de los escombros se ha retirado, únicamente el 15% de los alojamientos temporales necesarios ha sido construido y porque el Gobierno de Haití aún no ha asumido su rol de líder ni ha elaborado un plan de desescombro y de asignación de tierras para iniciar la reconstrucción de la ciudad.

Marie Danielle se despide. Se detiene, voltea su rostro y dice. “Todo está bien, sí. Pero sería muchísimo mejor si yo también pudiera tener un trabajo o algo de dinero para empezar un pequeño negocio”. Es precisamente el empleo, junto a la vivienda y la educación, una de las tres principales necesidades que los haitianos reflejaron en una encuesta realizada por Oxfam en marzo de 2010. Hoy continúan siendo las mismas.

La solución pasa por que el Gobierno haitiano asuma su rol de liderazgo y desarrolle planes para crear empleo. Por ejemplo, proyectos de obras públicas enfocados a la implementación de servicios sociales básicos e infraestructuras, entre ellas las de agua y saneamiento. De ese modo, se crearían puestos de trabajo y muchos de los haitianos que viven en los campos podrían obtener ingresos y con ellos reparar sus viviendas o bien alquilar o construirse una nueva si es necesario. Ese sería, sin duda, un buen comienzo de para la tardía reconstrucción de Haití.

Imagen: Marie Danielle en la entrada de su vivienda. © Ivan M. García/Intermón Oxfam


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