Por Jim Clarken, director ejecutivo de Oxfam Irlanda
28 de julio de 2011
Alguien me dijo una vez que la peor imagen en el mundo era una madre hambrienta tratando de alimentar a un bebé hambriento. En el Cuerno de África, y sobre todo en Somalia, esta situación se está volviendo más y más común con cada día que pasa.
Los padres y madres, habiendo agotado todas las opciones para atender las necesidades básicas de sus hijos, los están enterrando en vez de cuidarlos.
Como padre, puedo imaginarme la desesperación a la que han llegado estos padres en esta terrible lucha por la supervivencia. Pero esta semana pude entenderlo mejor al reunirme con algunos de esos padres, durante una visita a Kenia y Somalia con la expresidenta de Irlanda Mary Robinson, ahora presidenta de Oxfam, y otras agencias humanitarias irlandesas.
Pudimos experimentar de primera mano el trauma por el que pasan personas agotadas entrando en masa a Kenia a través de la frontera somalí: en algunos casos han estado caminando por días enteros, ayudando a los familiares mayores, empujando a los niños para que caminen y cargando a bebés.
Cuando las familias tuvieron la suerte de llegar a la seguridad del campamento de refugiados de Dadaab, pudieron conseguir alimentos, agua y refugio, así como atención médica para la desnutrición severa. Miles de personas están llegando en este campo cada día.
Ahora miles de personas llegan diariamente a este campo, y cada mecanismo de supervivencia que tuvieran se ha agotado: normalmente han vendido su ganado, devorado o vendido cualquier cosecha y se han quedado sin dinero para comprar comida si la había.
Dentro de la misma Somalia las personas están desesperadas. En Dollow, Mary Robinson recibió una cálida bienvenida: muchos somalíes recordaban su visita en 1992. En el país la conocen como “la Madre de Dado”, por la región.
Nuestra primera parada fue a un lado de la carretera, en donde un grupo grande de mujeres y niños agotados se habían dejado caer bajo unos árboles. Hablamos con Sadia Abdul, quien había caminado la mayor parte del camino desde Birbwell, ¡a 200 kilómetros de distancia! Con ello dejó atrás los conflictos armados y cualquier posible medio de obtener ingresos para su subsistencia.
El grupo estaba hambriento y necesitaba agua y comida desesperadamente. Muchos tenían la mirada vacía de las personas que han pasado por mucho y estaban al borde de no poder continuar el viaje por sus propios medios.
Conforme entrábamos al pueblo de Dollow había un comité de bienvenida compuesto por niños y niñas cantando para Mary Robinson, con carteles que expresaban cuánto apreciaban todos la atención irlandesa a sus problemas, y su esperanza de que podamos hacer una diferencia para ellos.
En la clínica vimos bebés siendo pesados, medidos y revisados buscando cualquier signo de desnutrición: muchos eran demasiado más pequeños y pesaban poco para su edad.
La verdadera preocupación es que todavía no entramos completamente en la temporada “de hambre”, que no alcanzará su máximo sino hasta octubre: el director de la clínica cree que esta vez puede llegar a ser peor que en 1992, cuando la clínica ya está sobrepasada: el personal trabaja desde que amanece hasta tarde en la noche, y ya hay filas afuera esperando cuando abren.
Los médicos y enfermeras dan un producto altamente nutritivo a base de cacahuate (conocido como “Plumpy’nut”) a los niños con los peores síntomas de desnutrición, pero debido a que las familias no tienen nada más se reparten este producto entre ellos, lo que significa que nadie recibe la nutrición apropiada.
Sodo Abdulahi Nuh, de 25 años, estaba pesando a su bebé desnutrido de 14 meses: resultó pesar sólo 7 kilos, y la joven tiene otros tres hijos a los que cuidar. Alrededor de seis niños mueren cada semana en esta misma clínica debido a la falta de alimentos.
Hablé con Sofia, quien caminó 40 kilómetros desde Beladlow con sus ocho hijos. Su esposo fue asesinado en Mogadiscio y ahora su prole y ella misma deben quedarse con otra familia que los acogió pero que apenas pueden con la carga adicional.
Sofia no sabe lo que van a hacer, pero por ahora su prioridad es intentar conseguir alimentos para su familia (muchas veces se saltan comidas). Amina caminó kilómetros desde Luk con su hija de tres años Asha. Ya perdió a dos de sus hijos, y todo su ganado murió también.
Amina había caminado 50 kilómetros desde Luk con su hija Asha de tres años de edad. Ya había perdido dos hijos. Todo su ganado también murió.
También en Kenia las familias se están quedando sin recursos: en el pueblo de Karagi, en Turkana, ha habido 40 entierros en los últimos seis meses, la mayor parte niños, y todos debido al hambre
Lo más llamativo de Karagi es que no vimos a ningún hombre en edad de trabajar. Esos hombres habían viajado largas distancias para tratar de encontrar agua para su ganado - la única fuente de ingresos que tienen. Envían dinero cuando pueden. El pueblo está totalmente compuesto por mujeres, niños y ancianos que están al borde del desastre. La sensación de mal presentimiento era palpable.
En Marsabit escuchamos a un hombre de 65 años, Tabich Galgal. Nos dijo simplemente que no tienen comida: algunos miembros de la comunidad están recibiendo ayuda humanitaria, pero la comparten con otros, por lo que todo el mundo intenta sobrevivir a base de raciones. La frustración era palpable en la voz de Tabich conforme describía cómo habían intentado todo: no es que no estén haciendo todo lo que puedan para aferrarse a la vida, pero la sequía se les ha echado encima con todo, según él.
Elena Boru nos explicó luego que la falta de agua ha tenido un efecto devastador sobre las mujeres, quienes deben de pasar la mayor parte del día buscándola.
Según ella, hay más que suficientes personas en el pueblo completamente dispuestas y capaces de trabajar, para hacer lo que sea necesario para mantener a sus familias, sin olvidar la protección a los ancianos. Durante el viaje vimos a personas mayores muy débiles y claramente desnutridas: una situación espantosa considerando todo lo que han aportado a sus comunidades a lo largo de sus vidas.
La hambruna se ha declarado en partes de Somalia. Estas es la consecuencia inevitable de la sequía, el cambio climático, conflictos armados, pobreza endémica y falta de inversión en el desarrollo.
Estas son preguntas que deben de responderse a su tiempo, pero primero tenemos que lidiar con esta crisis humanitaria. Hay 12 millones de vidas en riesgo, pero si actuamos ahora podemos prevenir futuras pérdidas humanas a gran escala.
La respuesta humanitaria de Oxfam
Oxfam está trabajando a través de la región, en el suministro de alimentos, agua potable y refugio, y ayudando a la gente a poder ganarse la vida otra vez. A través de nuestros programas tenemos la intención de llegar a tres millones de personas.
Oxfam está trabajando a través de la región, en el suministro de alimentos, agua potable y refugio, y ayudando a la gente a poder ganarse la vida otra vez. A través de nuestros programas tenemos la intención de llegar a tres millones de personas.
Por el momento, Oxfam está llevando a cabo en el mayor programa de nutrición en la capital, Mogadiscio, tratando más de 12.000 niños gravemente desnutridos, mujeres embarazadas y las que están amamantando. También estamos suministrando agua y saneamiento para 300.000 desplazados internos y proporcionando equipos para salvar vidas al único hospital d infantil de Somalia que está funcionando.
En Kenia y Etiopía, estamos dando dinero a la gente a través de efectivo para los programas de obras para construir tanques de agua y embalses. Estamos llevando camiones para el suministro de agua a 32.000 personas en Etiopía y tratamiento de agua para beber, cocinar y lavar. Estamos ayudando a las personas que tiene ganado a mantenerlos sanos y vacunados. Estamos cavando y reparando pozos, y proporcionar servicios de saneamiento y letrinas.
Pero no podemos hacerlo solos. Necesitamos la ayuda de los gobiernos y el público en general para detener la propagación de esta catástrofe humana.
De lo contrario estamos condenando a miles y miles de personas a una muerte innecesaria.
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Los conflictos y los desastres como los terremotos, las inundaciones o las sequías causan cada año el sufrimiento y la perdida de vidas y enseres a miles de personas en todo el mundo. Intermón Oxfam estamos presentes en África y Latinoamérica atendiendo a las personas vulnerables en las crisis humanitarias. Aquí explicamos qué hacemos en los países afectados para atender las necesidades básicas y reducir la vulnerabilidad de las personas ante futuras crisis.
jueves, 28 de julio de 2011
miércoles, 27 de julio de 2011
Dadaab Diary: Huyendo del hambre en Somalia (Diario de un trabajador de Oxfam en Dadaab)
Por JJ Singano desde Kenya.
27 de julio de 2011
Cada día llega más gente a Dadaab. Lo hacen cansados y hambrientos, medio desnudos y sin comida ni agua. Han caminado hasta aquí desde Somalia - algunos durante 10 días, otros durante más de un mes – y no traen nada con ellos. Es un viaje muy difícil que miles logran realizar, pero también nos cuentan que muchos otros han muerto en el camino. Los más débiles mueren atacados por las hienas, otros fallecen a causa del calor y la extenuación. Son atacados por los bandidos, que especialmente roban a las mujeres y a los niños. A menudo, no se autoriza a los hombres a cruzar la frontera.
La zona donde estamos trabajando acoge cerca de 20,000 refugiados. Cuando empecé a trabajar aquí, sólo había arbustos y animales salvajes. La mayor parte de los refugiados, en Somalia eran agricultores pero se vieron obligados a huir cuando perdieron su cosecha a causa de la sequía y la guerra. Cuando llegan aquí están muy malnutridos y necesitan desesperadamente comida, agua y medicina. Sin embargo, a pesar de lo desesperado de la situación, se les ve contentos de haber llegado a un lugar seguro.
A medida que las llegadas se van incrementando, el campo está más y más sobrepoblado. Los niños llegan en condiciones terribles. Justo ayer, dos niños pequeños que habían llegado muy debilitados del viaje, murieron aquí al lado. Puedes ver lo delgados que están y durante el día, a veces, ves a familias cavando tumbas a las afueras del campo. Algunos de los niños han pasado días sin comer, y sufren malnutrición y otras enfermedades como malaria y diarrea.
Las familias construyen sus cobijos con lo que pueden – ramas de arbusto, mantas y trozos de tela. Justo ayer, estuve dentro de una pequeña cabaña, de tan sólo un par de metros de ancho, en la que vivía una familia de diez personas. El campo, cada día, es más grande.
Hay muchos problemas con el saneamiento. En la nueva zona del campo hay 320 letrinas para 20.000 personas, y algunas de las letrinas están llenas. La gente tiene que defecar al aire libre – el olor está por todos lados.
El trabajo de nuestro equipo implica construir baños comunitarios, perforar puntos de agua e instalar tuberías y grifos para suministrar de agua potable los campos. Algunos de los pozos tienen 200 metros de profundidad. Contando todas las tuberías, el sistema se extiende 34 kilómetros.
Hay muchas organizaciones internacionales en el campo, pero también vemos cómo la gente se ayuda entre sí. Los que acaban de llegar reciben apoyo de los refugiados que ya llevan aquí más tiempo y comparten la comida con ellos. Se preocupan de los otros y, a pesar de lo duras que son las condiciones, están siendo muy agradables con nosotros.
Estamos preocupados por lo que ocurrirá en los próximos meses. No lloverá en ciertas zonas de Somalia hasta Octubre, así que tememos la llegada de decenas de miles de refugiados en Agosto y Septiembre. El campo está tan lleno ya, no sé cuánta gente más puede soportar.
Por ahora, necesitamos proveerles de más ayuda. Pero necesitamos que haya paz en Somalia. El mundo tiene que apoyar al pueblo somalí en su país, para que no se vean obligados a huir hasta Kenia o Etiopía.
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Cada día llega más gente a Dadaab. Lo hacen cansados y hambrientos, medio desnudos y sin comida ni agua. Han caminado hasta aquí desde Somalia - algunos durante 10 días, otros durante más de un mes – y no traen nada con ellos. Es un viaje muy difícil que miles logran realizar, pero también nos cuentan que muchos otros han muerto en el camino. Los más débiles mueren atacados por las hienas, otros fallecen a causa del calor y la extenuación. Son atacados por los bandidos, que especialmente roban a las mujeres y a los niños. A menudo, no se autoriza a los hombres a cruzar la frontera.
La zona donde estamos trabajando acoge cerca de 20,000 refugiados. Cuando empecé a trabajar aquí, sólo había arbustos y animales salvajes. La mayor parte de los refugiados, en Somalia eran agricultores pero se vieron obligados a huir cuando perdieron su cosecha a causa de la sequía y la guerra. Cuando llegan aquí están muy malnutridos y necesitan desesperadamente comida, agua y medicina. Sin embargo, a pesar de lo desesperado de la situación, se les ve contentos de haber llegado a un lugar seguro.
A medida que las llegadas se van incrementando, el campo está más y más sobrepoblado. Los niños llegan en condiciones terribles. Justo ayer, dos niños pequeños que habían llegado muy debilitados del viaje, murieron aquí al lado. Puedes ver lo delgados que están y durante el día, a veces, ves a familias cavando tumbas a las afueras del campo. Algunos de los niños han pasado días sin comer, y sufren malnutrición y otras enfermedades como malaria y diarrea.
Las familias construyen sus cobijos con lo que pueden – ramas de arbusto, mantas y trozos de tela. Justo ayer, estuve dentro de una pequeña cabaña, de tan sólo un par de metros de ancho, en la que vivía una familia de diez personas. El campo, cada día, es más grande.
Hay muchos problemas con el saneamiento. En la nueva zona del campo hay 320 letrinas para 20.000 personas, y algunas de las letrinas están llenas. La gente tiene que defecar al aire libre – el olor está por todos lados.
El trabajo de nuestro equipo implica construir baños comunitarios, perforar puntos de agua e instalar tuberías y grifos para suministrar de agua potable los campos. Algunos de los pozos tienen 200 metros de profundidad. Contando todas las tuberías, el sistema se extiende 34 kilómetros.
Hay muchas organizaciones internacionales en el campo, pero también vemos cómo la gente se ayuda entre sí. Los que acaban de llegar reciben apoyo de los refugiados que ya llevan aquí más tiempo y comparten la comida con ellos. Se preocupan de los otros y, a pesar de lo duras que son las condiciones, están siendo muy agradables con nosotros.
Estamos preocupados por lo que ocurrirá en los próximos meses. No lloverá en ciertas zonas de Somalia hasta Octubre, así que tememos la llegada de decenas de miles de refugiados en Agosto y Septiembre. El campo está tan lleno ya, no sé cuánta gente más puede soportar.
Por ahora, necesitamos proveerles de más ayuda. Pero necesitamos que haya paz en Somalia. El mundo tiene que apoyar al pueblo somalí en su país, para que no se vean obligados a huir hasta Kenia o Etiopía.
martes, 19 de julio de 2011
Actualizando la asistencia humanitaria
Desde el 23 de junio se han ido sucediendo en todo el mundo las presentaciones de la edición 2011 del Manual Esfera. Desde la India a Haití, Canadá, Senegal o España han dado a conocer el documento que recoge los principios compartidos y normas mínimas que debe cumplir la respuesta humanitaria.
Más de 650 expertos de unas 300 organizaciones, entre las cuales se cuentan los principales organismos de las Naciones Unidas, han participado en la amplia revisión que ha precedido a esta tercera edición del Manual Esfera.
La versión en español se ha presentado hasta el momento en Venezuela, Argentina, Bolivia, España, Honduras y Nicaragua. En este último país, además, el acto de lanzamiento del pasado jueves -financiado por la Oficina de Ayuda Humanitaria y Protección Civil de la Comisión Europea (ECHO) y organizado por Save the Children y Oxfam Centroamérica (CAMEXCA)- se ha complementado con un exitoso curso de capacitación. 36 miembros de organizaciones civiles dedicadas a la cooperación e instituciones gubernamentales como Defensa Civil o el Ministerio de Salud recibieron formación sobre el Manual Esfera en este primer curso en Nicaragua para formadores del Manual Esfera 2011. Se trata de 36 alumnos que, a su vez, multiplicarán los conocimientos en su entorno de trabajo, ya que explicarán en sus organizaciones cómo llevar a cabo una asistencia humanitaria con garantías en materias como agua y saneamiento, seguridad alimentaria y nutrición, refugio, protección y salud.
Una semana antes había tenido lugar la presentación en España del proyecto Esfera con actos simultáneos en Madrid y Barcelona que organizaban conjuntamente Intermon Oxfam y el Instituto de Estudios de Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Más información en http://www.intermonoxfam.org/es/page.asp?id=2005&ui=12333
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manual esfera
martes, 24 de mayo de 2011
Los refugiados de Dadaab buscan cobijo
Linda Ogwell es la oficial de medios del afiliado inglés de Oxfam en Kenia. Nos relata a continuación la situación de los refugiados somalíes en el país africano.
"Aún no tengo tienda así que me las voy arreglando a base de trozos de tela y palos de madera. Lo único importante es que mi familia tenga algún tipo de cobijo," dice Maalim Bahigow, un recién llegado a Dadaab de 50 años.
El complejo de refugiados de Dadaab, en el noreste de Kenia, es el más grande del mundo. En la actualidad da refugio a casi 320.000 personas, de los cuales la mayoría ha huido del conflicto en Somalia, uno de los peores del planeta. A pesar de estar extremadamente abarrotado, el proyecto de crear una nueva extensión ya ha sido bloqueado por el gobierno keniata.
Más de 2.000 refugiados continúan llegando cada semana, muchos como resultado del empeoramiento de la sequía en toda la región. Maalim, su mujer y sus cuatro hijos pequeños se encontraban entre ellos, con la esperanza de volver a empezar. Caminaron e hicieron autostop durante 18 días y 500 kilómetros hasta llegar a Dadaab.
"Cuando decidimos escapar a Kenia, esperábamos encontrar paz y alivio tras pasar por tanta angustia, pero al llegar aquí hemos encontrado más sufrimiento," comenta. “Por lo menos en Somalia tenía casa. Aquí tenemos que arreglárnoslas con un refugio improvisado.”
Con tanta saturación, Dadaab está a punto de estallar. El complejo está divido en tres campamentos: IFO, Dagahaley y Hagadera, todos completamente llenos donde muchos viven en condiciones desesperadas.
El espacio básico de 12 por 15 metros cuadrados de tierra, que normalmente da refugio a una familia somalí típica de cinco personas, ahora recoge a más de 15 personas. Los recién llegados no tienen refugios adecuados y se enfrentan a enormes dificultades en cuanto al acceso a agua y baños. La amenaza de posibles brotes de enfermedades es constante.
"Como los baños están lejos, algunas personas acaban haciendo sus necesidades en arbustos," explica Maalim. "Nuestro mayor miedo es que, cuando llueva, es probable que contraigamos el cólera."
Desde el 2008 y dada la escasez de tierras, no ha sido posible asignar terrenos residenciales a los recién llegados. Desde agosto de 2010, estos han tenido que asentarse fuera de las áreas de acampada designadas. En la actualidad, más de 24.000 personas están refugiadas en tierras que pertenecen a la comunidad anfitriona local, lo que ha despertado sentimientos opuestos.
"Durante casi 20 años les hemos dado la bienvenida a los refugiados llegados a nuestra comunidad y esto ha pasado factura," asegura Hassan Khalif Mire, un líder local. "Estas personas han causado daños al medio ambiente, aumentando así la pobreza de nuestra comunidad. Y lo que es peor aún, ahora han empezado a asentarse en nuestras tierras de manera ilegal."
Otros defienden que la economía local se ha beneficiado enormemente del campamento y los refugiados. Pero no cabe duda que la afluencia de refugiados ha creado tensiones y ha puesto presión sobre los recursos.
Sin embargo, los refugiados no tienen otra opción que asentarse en tierras locales. Una nueva extensión del campamento (denominada IFO II) ha sido construida para aliviar la masificación actual y acomodar a recién llegados. Pero el Gobierno de Kenia ha parado la construcción y ha denegado la apertura del campamento, citando varias razones, incluyendo objeciones por parte de la comunidad anfitriona y la seguridad nacional.
Mientras la discusión continúa, los refugiados como Maalim siguen viviendo en condiciones deplorables e inaceptables, esperando la llegada de buenas noticias por parte del gobierno.
"Ahora mismo mi vida está en un parón. Habrá que espera y ver qué pasa. Es una situación desesperada pero qué podemos hacer.”
Imagen por Linda Ogwell/Oxfam: Maalim y su familia en Kenia. Leer más...
jueves, 19 de mayo de 2011
Bananas, sonrisas y nuevas ideas en Zambia
Namwala, en la Provincia del Sur de Zambia, es muy propensa a las inundaciones y las sequías. Oxfam está implementando un programa de Reducción del Riesgo de Desastres (DRR) en las aldeas del río Kafue, donde los ganaderos y los pescadores se han visto gravemente afectados por los continuos desastres. Nellie Nyang’wa, la directora de Oxfam en Zambia, nos cuenta más sobre el programa.
El proyecto DRR forma parte de un programa mayor, cuyo propósito es reducir los riesgos causados por los desastres, tales como las inundaciones y las sequías, mejorando la capacidad de prevención y adaptación a escala local y nacional.
Al visitar las aldeas, son evidentes los esfuerzos que está haciendo la comunidad para diversificar sus medios de vida. Lo que más nos impresionó fue el afán de la comunidad por intentar algo diferente: se mostraban muy emocionados al relatarnos sus historias esperanzadoras.
“Mejores que la ayuda alimentaria”En efecto, vimos que iban por buen camino cuando dijeron que los experimentos que están llevando a cabo en sus campos son “mejores que la ayuda alimentaria”.
Lo que atrajo nuestra atención fueron los hermosos cultivos de banano alrededor. Las comunidades de la aldea escogieron esta planta gracias a su resistencia a las fluctuaciones climáticas. Los bananos parecen estar creciendo tan bien que no nos sorprendería que en algunos años esta área se conociera como el ‘distrito bananero’: ¡en verdad es una idea fascinante! Sin embargo, no es tan fácil: las mujeres nos recordaron lo difícil que es regar las plántulas recién trasplantadas, especialmente durante la estación seca.
Ahora queremos explorar la manera de enseñarles nuevas habilidades, poner a prueba ideas innovadoras e incrementar el proyecto. Por ejemplo, observamos que las comunidades están preocupadas con el desarrollo de sus cultivos y que no habían pensado mucho en el mercadeo del banano. Así pues, otras iniciativas podrían incluir la creación de vínculos con proyectos futuros de Oxfam, que se centren en mejorar el acceso de las personas al mercado.
En efecto, cuando estudiamos los enlaces, sometemos a prueba ideas e innovamos, facilitamos un cambio verdadero y sostenible.
Más información sobre este proyecto aquí.
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El proyecto DRR forma parte de un programa mayor, cuyo propósito es reducir los riesgos causados por los desastres, tales como las inundaciones y las sequías, mejorando la capacidad de prevención y adaptación a escala local y nacional.
Al visitar las aldeas, son evidentes los esfuerzos que está haciendo la comunidad para diversificar sus medios de vida. Lo que más nos impresionó fue el afán de la comunidad por intentar algo diferente: se mostraban muy emocionados al relatarnos sus historias esperanzadoras.
“Mejores que la ayuda alimentaria”En efecto, vimos que iban por buen camino cuando dijeron que los experimentos que están llevando a cabo en sus campos son “mejores que la ayuda alimentaria”.
Lo que atrajo nuestra atención fueron los hermosos cultivos de banano alrededor. Las comunidades de la aldea escogieron esta planta gracias a su resistencia a las fluctuaciones climáticas. Los bananos parecen estar creciendo tan bien que no nos sorprendería que en algunos años esta área se conociera como el ‘distrito bananero’: ¡en verdad es una idea fascinante! Sin embargo, no es tan fácil: las mujeres nos recordaron lo difícil que es regar las plántulas recién trasplantadas, especialmente durante la estación seca.
Ahora queremos explorar la manera de enseñarles nuevas habilidades, poner a prueba ideas innovadoras e incrementar el proyecto. Por ejemplo, observamos que las comunidades están preocupadas con el desarrollo de sus cultivos y que no habían pensado mucho en el mercadeo del banano. Así pues, otras iniciativas podrían incluir la creación de vínculos con proyectos futuros de Oxfam, que se centren en mejorar el acceso de las personas al mercado.
En efecto, cuando estudiamos los enlaces, sometemos a prueba ideas e innovamos, facilitamos un cambio verdadero y sostenible.
Más información sobre este proyecto aquí.
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martes, 17 de mayo de 2011
Viajando por la "ruta de la muerte" en Costa de Marfil
El coordinador de ayuda humanitaria de Oxfam para África Occidental, Philippe Conraud, ha regresado recientemente de una visita a una de las zonas más afectadas por el conflicto en Costa de Marfil. En lo que él ha llamado la "ruta de la muerte", ha comprobado que el suministro de ayuda humanitaria sigue siendo extremadamente difícil debido al persistente estado de inseguridad.
El camino desde Guiglo, a través de Bloléquin y Toulepleu, no lejos de la frontera con Liberia, es un lugar donde se libraron algunos de los combates más encarnizados en Costa de Marfil hace apenas unas semanas. Decenas de miles de civiles fueron desplazados por la violencia y el acoso. Muchos miles escaparon hasta Grand Gedeh, en Liberia, donde Oxfam cuenta con una iniciativa de respuesta a la emergencia, pero muchos más siguen en condición de desplazados en la propia Costa de Marfil, viviendo en los bosques o en campos temporales a lo largo del camino. Lo he bautizado como la ruta de la muerte.
Muy pocas organizaciones humanitarias se han presentado en la zona desde que terminaron los combates. Algunas agencias de Naciones Unidas han estado allí, escoltadas por cascos azules de la propia ONU. En todo caso, nosotros quisimos hacer nuestra propia visita de evaluación, sin escolta armada, con el propósito de detenernos en las aldeas y conversar con la gente de allí.
Nunca antes habíamos estado en esta zona, por lo que, naturalmente, una de las principales preocupaciones tuvo que ver con el miedo a lo desconocido: ¿con qué nos encontraríamos?, ¿con qué tipo de personas?, ¿cómo se comportarían con nosotros? Nunca se sabe lo que podría pasar ni con quién se podría uno encontrar.
Aquello parece el Viejo Oeste
Viajamos con cierta aprehensión, pero nos aseguramos de tener a mano los números telefónicos de los comandantes militares de la región, y fuimos a verlos desde que llegamos.
Pasamos muchos puestos de control. Una semana antes nos habían dicho que había 17 en un tramo de 60 kilómetros, pero sólo nos encontramos 12, unos cuantos puestos menos. El camino principal está controlado por las FRCI (Fuerzas Republicanas de Costa de Marfil), que están bajo las órdenes de la capital. Pero en ciudades como Bloléquin, la situación es distinta: aquello parece el Viejo Oeste. Encontramos muchos grupos armados distintos, y armas de fuego por todos lados. Había muchos jóvenes con fusiles Kalashnikov terciados a la espalda. Había distintos grupos armados de "autodefensa" y mercenarios liberianos que habían combatido en ambos lados del conflicto.
Estar allí nos hizo sentir incómodos. No es un lugar en el que me gustaría pasar la noche. Pero éramos extranjeros; viajábamos de día en un vehículo con identificación de Oxfam y una bandera, lo que nos daba cierta protección. Me imagino que en esta zona, la vida como civil debe ser muy difícil.
Aldeas fantasma
Pasamos por muchas aldeas completamente destruidas. Eran aldeas fantasma totalmente vacías y completamente quemadas; había cadáveres por todos lados. Nadie había regresado. Estaban completamente vacías.
Pero algunas sorpresas nos esperaban. Algo que nos llamó la atención fue la cantidad de civiles (más de los que esperábamos) en algunas aldeas del camino. Fue sorprendente comprobar que muchos habían regresado a aldeas totalmente quemadas y en las que aún quedaban cuerpos en las calles.
Es difícil entender qué los había hecho regresar. Algunos decían que se sentían seguros y habían decidido regresar... para mí, esa respuesta no lo explicaba todo, y si bien hay una serie de motivos tribales y étnicos detrás del conflicto, no me quedaba claro por qué una aldea había sido quemada hasta las cenizas mientras otra permanecía intacta.
En los próximos meses habrá mucha necesidad de obras de rehabilitación y reconstrucción... tanto de viviendas como de pozos, que son las principales fuentes de agua y no se han usado durante las últimas semanas, por lo que hay que limpiarlos adecuadamente antes de poder volverlos a usar. Otro problema es que se han echado cadáveres en los pozos y, por razones psicológicas, la gente no querrá volver a usarlos.
Las aldeas han sido totalmente saqueadas. Las casas que quedan no tienen ventanas ni puertas, ni techo. Muchos se pasean armados y solo los hombres han regresado a las aldeas: no hay mujeres, lo que indica que ellas no sienten que sea seguro regresar.
La respuesta humanitaria de Oxfam
Oxfam planea trabajar aquí. Nuestra estrategia es esencialmente ayudar a que la gente regrese eventualmente a sus casas, para lo cual necesitará ayuda para la recuperación y la reconstrucción. También se necesitará ayuda para que los que regresen puedan volver a ganarse la vida.
No obstante, por ahora no podemos trabajar allí... es demasiado peligroso. No va a ser mañana ni la semana que viene, pero tendremos que estar allí en los próximos meses. Ese es nuestro imperativo humanitario.
Trabajamos con la gente en Liberia, y con los desplazados internos en Costa de Marfil, en zonas como Duekoué, desde donde la gente deberá regresar a sus hogares cuando considere que es posible un retorno seguro. Y regresaremos con ellos para ayudarlos a reconstruir.
La crisis no ha terminado
Puede que la crisis política haya terminado, pero está claro que muchos aquí no lo sienten así... la crisis no ha terminado. Las aldeas todavía están vacías, y aún quedan muchos miles de personas desplazadas viviendo en lugares inadecuados: en campos de refugiados o en casas de familias que las han acogido, y deberán permanecer allí por un tiempo. El regreso a las aldeas que hemos visitado tomará tiempo, lo mismo que la recuperación; esto lo damos por seguro.
Primero, transcurrirá mucho tiempo antes de que la gente decida regresar, antes de que sientan que es lo suficientemente seguro regresar. Segundo, tendrán que recuperar sus vidas y las actividades a las que se dedicaban antes tener que huir, y eso puede tomar años.
En todo caso, soy del tipo optimista: creo en la vida, creo en la esperanza, creo en el futuro, pero no será nada fácil. Todavía quedan muchas armas por todos lados, y mucha gente que depende de las armas para sobrevivir. Mientras no se desarme a esa gente, los demás vivirán en el temor, serán acosados y no podrán llevar una vida normal.
Más información sobre el conflicto y donativos, aquí.
Imégenes por Caroline Gluck/Oxfam: Refugiados en Liberia y depósitos de agua potable parte de la respuesta de Oxfam. Leer más...
martes, 5 de abril de 2011
Esperando volver a la normalidad en Pakistán (Parte y 4)
Al entrar en las fangosas ruinas del poblado de Janeb, eché una ojeada en una tienda de ACNUR que parecía estar repleta y se movía un poco. Estaba llena de mujeres, observándome con sus ojos abiertos como platos. Cuando intenté hablarles, me dijeron que no con la cabeza y se metieron para adentro.
Partimos en busca de algunas mujeres que quisieran hablar con un extraño. Conduciendo entre los canales, la neblina dejaba entrever unos escenarios extraños y surrealistas: grupos de hombres envueltos en sábanas, hablando en torno a una mesa de billar rescatada de las aguas y preparándose para jugar una partida. Árboles muertos caídos y doblados como momias en gruesas telarañas: cuando se inundó todo, las arañas no tenían otro lugar a donde ir excepto allí. Otros hombres partían rocas para reparar la erosión en los canales (trabajos financiados por ONG o el gobierno para inyectar dinero a la economía local). Con toda claridad, es una idea sensata, pero los hombres del programa de dinero por trabajo desfilando con sus pijamas de salwar kameez se ven tan miserables como convictos haciendo trabajos forzados. La forma de medir la pobreza de una persona cambió rápidamente en Sindh al llegar el gélido enero: claramente, si tenías ropa, la llevabas toda puesta.
“La mayoría de las personas aquí no tienen tierras”, relata Janeb. “Ahora muchos no trabajan porque solamente pueden hacerlo para el terrateniente, y él se quedaría con todas sus ganancias para pagar las deudas que le deben. Y si se ponen a reconstruir sus hogares, él les diría: deberíais estar trabajando en mis campos”.
Llegamos a otro islote-aldea, Ibrahim Chandio, un montículo sobre el barro cerca de un dique recientemente reparado. Aquí nos topamos con mujeres dispuestas a hablar. La ONG las había formado como educadoras en salud pública básica, y su rol como proveedoras de tabletas de purificación de agua y maestras de disciplina de lavado de manos de la aldea parece que les infundió cierto ímpetu. Sus maridos e hijos se reunieron y observaron en silencio mientras hablábamos.
“Regresamos aquí en diciembre: no queríamos, pero en los campos ya no quedaba comida”, relata Husna Ahmed, de 30 años de edad. El ejército nos dijo que nuestra aldea ya estaba bien, pero no fue así”. Mecía a un bebé moqueante apoyado sobre su cadera, mientras que sus otros dos hijos, Yasni (7 años) e Ifan (10 años) jugaban a nuestro alrededor. Desde las inundaciones no han tenido clases, y ahora el edificio alberga a tres familias.
“El agua sobre la carretera todavía nos llegaba a las rodillas. Al ver nuestros hogares, nos sorprendimos: estaban allí cuando nos fuimos, pero ahora no había rastro de ellos. Se nos llenaron los ojos de lágrimas y nuestros corazones se llenaron de dolor y miedo. Tuvimos que dormir fuera, en el barro”.
Le pregunté cuál era su principal preocupación. “Intentamos salvar a nuestros hijos antes que a nosotros, y necesitan alimentos”, confiesa. “Muchas cosas han mejorado... Los niños ya no tienen tanta diarrea, y ya no vomitan. Las ONG nos han dado tiendas de campaña y lentejas. El gobierno repartió dinero para cada uno, pero ya se nos ha agotado. Creemos que el agua permanecerá en nuestros campos por al menos tres o cuatro meses, así que no sabemos cómo vamos a ganarnos la vida ni a cultivar nada”.
La desnutrición es una preocupación para las madres y para los que intentan emparchar los agujeros de la mala financiación de la respuesta internacional a la inundación. (Según Oxfam, para el terremoto de Haití se donaron 406$ por cabeza en los primeros 10 días. En Pakistán, la cifra fue de 3,20$). Un oficial del Programa Mundial de Alimentos me comentó en enero que estaba trabajando en un plan que extendía seis meses la alimentación de emergencia en miles de aldeas y campos del distrito de Dadu. Pero a una semana de la fecha de inicio de ese proyecto titánico, todavía no contaba con financiación. Mientras tanto, los precios estaban en aumento: la harina para chapatis, el alimento básico, subió un 50% desde hace un año. Las cebollas se encarecieron tanto que durante la semana que estuvimos en Sindh el gobierno ordenó exportarlas para detener la escalada.
A finales de enero, Unicef anunció que las tasas de desnutrición de Sindh estaban en niveles que se habían visto más bien en crisis como las de Etiopía o Sudán. Un 23% de los niños sufrían una desnutrición aguda severa capaz de causar daño permanente en sus cerebros y cuerpos. En uno de los campos, un doctor de Médicos Sin Fronteras comentó que un 13% de los niños estaba desnutrido en Sindh la mayor parte del tiempo. “Este lugar es extraordinariamente pobre”:
Este tipo de pobreza es una trampa sin muchas oportunidades de salida. Expertos en desarrollo pakistaníes indican que, más allá de la palabrería detrás del "reconstruir y mejorar" de la elogiada respuesta del gobierno pakistaní a este gran desastre, poco queda por hacer para mejorar la situación de estos campesinos sin tierra. Excepto darles tierras, claro está. Se están debatiendo las transferencias de terrenos, la reforma de los derechos de propiedad de la tierra e incluso el fin del sistema feudal que rige las zonas rurales de Sindh. Pero todas estas medidas casi se quedan sin un lugar siquiera en el plan de recuperación de las inundaciones patrocinado por el Banco Mundial. “Esta forma de agricultura necesita pobreza”, me confesó un analista. “Hay algunos grupos de presión que quieren que los trabajadores rurales sigan sin tierras y tengan poca educación, ya que así el terrateniente puede enriquecerse".
Para algunos de los pobres afectados por las inundaciones de Sindh no hay vuelta atrás. En un gran campo ubicado sobre una gélida llanura desierta en las afueras de la ciudad de Hyderabad, me topé con unos aldeanos de Dadu que habían decidido abandonar su anterior vida laboral en el entorno rural. “¿Ir a casa?” me espetó una audaz mujer mientras salía de su tienda. “¡No! Allí todavía hay agua, huele fatal, no tenemos forma de ganarnos la vida y el terrateniente quiere que le paguemos por los cultivos que quedaron anegados por las inundaciones. ¡Dice que es nuestra culpa!
La que hablaba era Murdam Jakhrani, abuela de 28 nietos. Su abuelo perdió sus tierras en una pelea familiar cerca de Jacobabad, en el distrito de Dadu, y desde entonces, la familia había trabajado para hacerse con una parte de los cultivos que plantan y acudía a un terrateniente para que les adelantase los costes de las semillas y el fertilizante. “Es un hombre rico, vive en la ciudad”, continúa la Sra. Jakhrani. Cuando se inundó todo, el terrateniente nos pedía 40 mil rupias (unas 290 libras esterlinas) para rescatar a la familia del agua con un camión. “Si tuviéramos algo de tierra, lo consideraríamos una bendición. Cambiaría todo. Pero cuando se cierre este campo, iremos a la ciudad a mendigar. Eso es mejor que regresar”.
Imagen por Andy Hall: Unos jóvenes hablando en torno a una mesa de billar rescatada de las aguas.
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