Julie Schindall es la responsable de medios de Oxfam en Haití. Nos cuenta en este blog sus impresiones durante nuestra respuesta al brote de cólera en al región de Artibonite. En la imagen, un grupo de expertos en salud pública se reúne antes de su jornada. © Julie Schindall/Oxfam
En la provincia de Artibonite, en el centro de Haití, parece no haber otra cosa que agua. A medida que conducíamos por esta región azotada por el cólera el pasado domingo, tres días después de que pusiéramos en marcha nuestra respuesta de emergencia al brote, veía agua por todas partes. En los arrozales, en los canales de riego, en los pequeños ríos, en los pozos y en los charcos…
Hacia el interior, dirigiéndonos a nuestro lugar de trabajo, nos detuvimos a preguntar la dirección exacta. Salí del coche para atender una llamada de teléfono. Hablaba en directo para una radio del Reino Unido, cuando miré hacia abajo, observé a un cerdo muerto que yacía en una charca de agua estancada. A pocos metros, una mujer lavaba ropa, mientras sus hijos jugaban desnudos en el patio. El calor abrasaba mi cuello. Miré fijamente todo ese agua. Ni una sola gota era apta para beber.
En Haití, incluso antes del terrible terremoto del 12 de enero, menos del 20% de la población tenía acceso a un lavabo. Sólo la mitad de la población tenía agua potable. Estas estadísticas corrían por mi cabeza a medida avanzábamos al lugar donde se encontraba nuestro equipo de emergencia, los expertos en salud pública enviados a Petite Riviere, nuestra área de acción con una población de 100.000 habitantes.
He vivido en Haití durante siete meses, fui enviada aquí como parte del equipo de la respuesta de Oxfam al terremoto. Todos los días estoy rodeada de pobreza y desigualdad, ambas grotescas. Pero hoy, en la zona afectada por el cólera, en Artibonite, en medio de la emergencia más reciente de Haití, me siento enojada. Este es el granero de arroz de este país. El presidente Preval proviene de esta región. Pero aquí, en Artibonite, la mayoría de la gente no tiene un lugar privado e higiénico donde hacer sus necesidades. Beben agua sucia del río. Sus niveles de educación son tan bajos que muchos de ellos no saben de la importancia de lavarse las manos ni como conservar debidamente los alimentos.
Colaboración ciudadana
Una pequeña multitud se reúne frente a una casa de derruida junto a la carretera. Los expertos en promoción de la salud pública de Oxfam están negociando un contrato con una emisora de radio local. Pues estamos difundiendo mensajes sobre buenas prácticas de higiene, como lavarse las manos, para 100.000 personas. Me acerco a Jane, nuestra responsable en salud pública, y le pregunto cómo va el proyecto.
"Va a ir bien. Tenemos mucho que hacer en lo que respecta a la educación y sensibilización, pero va a ir bien ", dice con calma.
Jane tiene a su espalda años de experiencia trabajando en países de todo el mundo, y no es la primera vez que ve un brote de cólera. Jane tiene una lista de cosas por hacer: distribución de jabón, sales de rehidratación oral y tabletas de purificación de agua para 40.000 personas, la capacitación de líderes comunitarios sobre buenas prácticas de higiene para que sean ellos los que formen a sus amigos y vecinos en este aspecto, la reparación de pozos y la purificación de las fuentes de agua naturales.
Unas horas más tarde, nos reunimos en nuestro nuevo almacén: una nave para procesar el arroz que la comunidad que nos ha ofrecido, pues dijeron que querían ayudar a detener el cólera. Decenas de hombres del barrio ayudan a descargar un camión lleno de cubos y jabón. Se les ve muy emocionados -muchos de ellos sin zapatos- mientras nuestro personal daba en voz alta las instrucciones sobre la cantidad de cubos que disponer para cada distribución.
Nuestra última parada antes de regresar a Port-au-Prince es el hospital de St. Marc, donde cientos de personas enfermas se agolparon en el suelo durante las primeras 48 horas del brote. Pero en el atardecer del domingo, el hospital está tranquilo y en calma. Médicos y enfermeras que hablan en voz suave se hacen cargo de las ordenadas hileras de camas y de los goteros. Un hombre con un megáfono está transmitiendo mensajes que fomentan el lavado de manos y acerca de que solamente se ingieran alimentos cocinados. Mientras pasamos por la instalación de desinfectado con cloro y caminamos de regreso al coche, nuestro asesor en agua y saneamiento asiente satisfecho con la cabeza. "Vamos a poner fin a este cólera", dice. "Esta enfermedad no nos puede tumbar”.