Los conflictos y los desastres como los terremotos, las inundaciones o las sequías causan cada año el sufrimiento y la perdida de vidas y enseres a miles de personas en todo el mundo. Intermón Oxfam estamos presentes en África y Latinoamérica atendiendo a las personas vulnerables en las crisis humanitarias. Aquí explicamos qué hacemos en los países afectados para atender las necesidades básicas y reducir la vulnerabilidad de las personas ante futuras crisis.

martes, 29 de marzo de 2011

Esperando volver a la normalidad en Pakistán (Parte 2)


La injusticia de las inundaciones y sus consecuencias se hacían patentes desde el paso elevado en el que conocimos a los pescadores. A un lado, campos inundados. A lo lejos, se divisa un montículo sobre el agua, otrora la aldea de Mumtaz Ali, a la que ahora solamente se puede llegar en canoa.

Pero al otro lado, la tierra estaba seca. Los brotes verdes de los cultivos de maíz invernales creaban un brillante velo verde sobre el barro y, a lo lejos, la caña de azúcar se volvía tupida. Pregunté por qué la diferencia, a lo que uno de los pescadores respondió: “Esas son tierras de un hombre rico. Pero si eres pobre, debes vivir en el agua”. Esta explicación encendió la mecha de un grupo de antiguos agricultores. Algunos decían que el terrateniente había conseguido que el gobierno del estado secase su tierra, y otros que nunca se había inundado. Llegó un coche, del que descendió un hombre grande, de unos 2 metros de altura e impresionantemente fornido. Los otros hombres se apartaron y me comentaron que ese era el terrateniente, Sikander Ali.

“Es el líder de la aldea. Es el dueño de la tierra seca”. “Necesitamos fertilizante, semillas, alimentos”, reclamó Ali tras darle la mano. Les pregunté por las tierras que había que secar. “Para eso necesitamos bombas. Se las he pedido al comisionado del distrito. Sé que el gobierno ha repartido dinero para bombear el agua. A mí no me han dado nada y voy a reclamarlo ante el alto tribunal. La corrupción está demasiado presente. Han desaparecido 90 rupias crore (6,5 millones de libras esterlinas) destinadas a raciones alimenticias. Mientras tanto, un 50-60% de nuestros ciudadanos se mueren de hambre. No nos han ayudado en dos meses”. Tras relatar su historia, Ali se va. Otros hombres se aproximaron a compartir sus relatos.

Uno dijo que había llegado ayuda pero que él la había requisado: ahora los hombres de Ali venden las tiendas de campaña de las agencias humanitarias a las familias sin recursos a 3.500 rupias (25 libras esterlinas) cada una. Además, esos mismos hombres estaban detrás de la voladura de un agujero en uno de los grandes muros de contención a fin de desviar las inundaciones. Pero muchas otras voces demostraban su desacuerdo: no, Ali es un buen hombre que perdió su propio hogar y que hace lo mejor para su clan... Otros estaban de acuerdo en que se había producido el sabotaje, pero que lo habían hecho hombres de la asamblea de estado. O quizás del comisionado del distrito. La turba de gente crecía y elevaba cada vez más la voz, y algunos incluso comenzaban a resbalar del muro, absortos en su discusión. El sol de mediodía se abrió paso entre la niebla, y una luz poco usual se desplegó a lo largo del muro. El hedor comenzó a ascender desde las aguas oscuras.

Imagen por Andy Hall: Cosechas inundadas en el Valle Indus
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martes, 22 de marzo de 2011

El acceso al agua es el derecho a la vida



Amélie Gauthier, nuestra responsable de Incidencia Política y Comunicación en Puerto Príncipe, nos habla de la importancia del agua, hoy 22 de marzo Día Mundial del Agua, en Haití.

El campo de deslazados del Parque Topaz es muy tranquilo, resguardado del tráfico horrendo de la calle principal y a lado de un pequeño río que baja de las montañas cercanas. Viven 300 familias de los barrios colindantes que se existían antes del seísmo. Un grupito de niños juega con cometas bajo el sol de mediodía.

En seguida nos recibe “La Señora” del campo. En francés dicen “la grosse madame” con cariño, pero no hay duda, es una señora que impone por su tamaño y se enorgullece de ello con unas risas. Ella hace parte del comité de campo que gestiona el agua y las infraestructuras de saneamiento que Intermón Oxfam ha instalado. Las nueve personas, hombres y mujeres, del comité son seleccionadas por los habitantes del campo teniendo en cuenta su implicación, sus valores y también el respecto y la confianza que les tienen. Estas organizaciones comunitarias en Haití son claves.

“La Señora”, Marie Lourde, lleva desde abril de 2010 como responsable de la limpieza y el buen funcionamiento del campo. Ella hace muy bien su trabajo. Visitamos cada una de las 14 letrinas. Todas, impecables. Las duchas, también net ampil, muy limpias, ofrecen un sitio más privado para lavarse. “Oxfam Internacional nos ha ayudado mucho, nos permiten sobrevivir y estar limpios”, dice Marie Lourde. Los equipos de agua de Intermón visitan cada día los campos para supervisar la buena distribución del agua, la calidad, los niveles de cloro y mejorar el saneamiento. Los servicios básicos de distribución de agua y construcción de letrinas y duchas han sido fundamentales para que no se desarrollen enfermedades relacionadas con el agua en mal estado como el cólera, la diarrea, la fiebre tifoidea y la disentería. De hecho, no se ha registrado ningún caso de cólera en ese campo.

El parque Topaz, es uno de los nueve asentamientos del barrio de Martissant de Puerto Príncipe y uno de los menos problemáticos. El agua viene de las montañas y se distribuye por los canales gestionados por la Centrale Autonome Metropolitaine d’Eau Potable (CAMEP) que no fueron destruidos por el seísmo. Por su parte, Intermón Oxfam rehabilitó las infraestructuras dañadas y construyó un depósito para abastecer de agua en el campo de desplazados y la escuela que se encuentra junto a éste, construyendo. En esta zona de la ciudad, Intermón Oxfam ha rehabilitado seis redes de aguas, construido cinco fuentes de aguas y una bomba de los que se benefician 27.000 personas.

Eso es sencillo en comparación con los campos que se encuentran en las plazas públicas, donde el gobierno no autoriza que se construyan estructuras de aguas y saneamiento permanentes, donde no hay canales de agua y por tanto tampoco solución ni a corto ni a largo plazo. Además, los comités de gestión pueden ser disfuncionales y politizados sobre todo en tiempos de elecciones, donde desacuerdos culminan con actos de vandalismo, robos y violencia.

Pregunto a “La Señora” si conoce el Día Mundial del Agua. « ¿El Día Mundial del Agua? No, qué es eso?”, dice ella con un tono escéptico a celebraciones fútiles. No obstante, ella entiende la importancia del agua, y sabe que es el gobierno quien debería ser responsable de la distribución. “Debe ser una de las prioridades del gobierno, el agua es al vida misma”, concluye.

Hoy, 22 de marzo, celebramos el día mundial del agua con la temática “El agua en las ciudades: responder a el desafío urbano”. En la zona metropolitana de Puerto Príncipe solamente una de cada cinco personas tiene acceso al agua potable. La mayoría de la población tiene que comprar agua corriente de calidad dudosa en quioscos o camiones cisterna con precios a veces arbitrarios y generalmente superiores a los que pagamos en Europa.

Queda mucho trabajo para que todos los haitianos y haitianas puedan tener acceso a agua potable, a infraestructuras de saneamiento mejoradas y para que puedan gozar plenamente de sus derechos. El acceso al agua es el derecho a la vida.

Imagen por Amélie Gauthier: Marie Lourde en el Parque Topaz, Martissant.
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jueves, 17 de marzo de 2011

Esperando volver a la normalidad en Pakistán (Parte 1)



El periodista Alex Renton visitó Pakistán 7 meses después de las inundaciones. Allí pudo comprobar las consecuencias de uno de los mayores desastres naturales de la historia, que provocó que más de 20 millones de personas se quedaran sin nada. Poco ha cambiado en estos últimos meses.

Tras unos cuantos días en Dadu, comienzas a olvidar que el mundo es mucho más que barro y neblina. Es un lugar desde el que se percibe el horizonte desde todo ángulo: grandes praderas inundadas de un océano gris, en un entramado de riberas y canales, algunos de ellos repletos de tiendas de campaña colocadas una detrás de otra a lo largo de varios kilómetros. Algún árbol ocasional o un poste telegráfico son los únicos elementos que emergen hacia la neblina que cubre el valle del Indo. Las aldeas parecen castillos de arena tras el paso de la marea. Estas eran algunas de las tierras agrícolas más ricas del sudeste asiático. Pero en agosto quedaron anegadas.

A medida que nos adentramos en los canales nos vamos topando con personas, supervivientes, ataviados de pies a cabeza con unas sábanas embarradas que los protegen del frío. Todos esperan que suceda algo que mejoren las cosas. Cada uno de ellos plantea las mismas preguntas: ¿Nos podéis ayudar? ¿Cuándo nos vais a ayudar? ¿Cuánto debemos esperar? Pero para muchos, lo más urgente parece ser que alguien escuche su historia.

“Yo era agricultor. Ahora soy pescador”, relata Mumtaz Ali. Cuando lo conocimos, estaba sonriente sobre el muro de contención y portaba orgullosamente un pez que acababa de pescar, como cualquier otro pescador de toda la vida. Cuando llegamos con la cámara, su rostro se tornó serio ya que, según nos contó, esta era ahora su cosecha, la única que le daban sus tierras desde julio del año pasado. En donde debía estar creciendo el trigo ahora nadan los peces. Llegaron con las inundaciones que arrasaron Pakistán a finales del verano pasado, que inundaron un área más grande que Inglaterra y a decenas de miles de aldeas como la de Mumtaz. Los peces se han puesto las botas con las semillas y los cadáveres del ganado.



“Pescar no alcanza para alimentar a nuestras familias”, agrega Mumtaz, “así que nos quedamos aquí a cuidar la aldea mientras los demás se han ido a vivir a los campos de refugiados o a la ciudad. Mi esposa y mis tres hijos viven en un muro de contención al lado del río, y recogen madera de la inundación para venderla como leña para fuego”. Mientras hablamos, un agricultor de otra aldea se acerca a rogarnos que le dejemos llevarse algunos peces vivos para que se reproduzcan en sus campos. Mumtaz da su visto bueno y el hombre se lo agradece una y otra vez.

Con cuatro amigos, una red y una destartalada canoa de madera, Mumtaz se gana la vida de la única forma posible: la pesca le proporciona 200 rupias al día a un total de 4 hombres. Duermen en el único edificio que queda en pie en su anegada aldea, una escuela de dos habitaciones. “Estamos esperando”, nos dice. ¿A que el agua se vaya? Se encoge de hombros y responde: “Esperamos que nuestra vida vuelva a la normalidad”.

Quizás otros cuatro millones de pakistaníes también estén a la espera en Swat, Sindh, el Punjab y Balochistán, en la vertiente de las grandes praderas del Indo, la columna vertebral de Pakistán. La denominan “el tsunami lento”. Tres inundaciones distintas barrieron el distrito de Dadu, en Sindh, durante agosto y septiembre, y provenían de tres fuentes diferentes. Los daños en todo el país fueron sin precedentes: 20 millones de personas obligadas a abandonar sus hogares, 2 millones de casas destruidas, 5,3 millones de puestos de trabajo perdidos. En cuanto a vidas afectadas, fue el mayor desastre natural de la era moderna.

Los desastres son injustos: Se ceban principalmente con los pobres, ya que no tienen medios de escape, ni seguros, ni ahorros para reconstruir sus vidas. Aquí, en el estado fallido de Pakistán, viven algunos de los más pobres de Asia. Dos tercios de la población rural de Sindh no tiene tierras y sus derechos sobre sus hogares son discutibles. La mayoría trabaja en la mediería y como peones agrícolas en las tierras de los terratenientes. Cuando regresaron a sus hogares en enero, resultaba difícil encontrar una familia que no tuviese deudas y no estuviera asediada por el hambre.

Imágenes por Andy Hall: Pescadores en lo que antes eran campos de cultivo y Mumtaz Ali con un pez recien pescado.

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miércoles, 9 de marzo de 2011

Un año en la vida de Marie


Liz Clayton, la oficial de medios de Oxfam en Puerto Príncipe, nos explica un año en la vida de Marie Carole, una de nuestras beneficiarias en Haití. A través de las cantinas que pusimos en marcha hace un año, ha conseguido ingresos suficientes para reabrir su pequeño colmado con el que puede mantiene a su familia.

Marie Carole Boucicaut vive en Campeche (Carrefour Feuilles), una zona pobre de la ciudad de Puerto Príncipe y situada en una de las áreas más gravemente afectadas por el terremoto, con toneladas de escombros cubriendo aún los solares donde antes se erigían edificios.

Marie Carole es una de las 56 mujeres que dirigieron una de las primeras cantinas comunitarias de Oxfam. Estas cantinas empezaron a funcionar en marzo de 2010 y dieron servicio durante dos meses en diferentes zonas de Puerto Príncipe. Oxfam prestó apoyo financiero a Marie Carole para que pudiera alimentar a 80 de las personas más vulnerables de su comunidad y conseguir ciertos ingresos, lo que supuso un primer paso para poder recuperar su medios de vida.

Conocimos a Marie Carole en abril de 2010. Marie Carole tenía una tienda de alimentación donde vendía productos a granel antes del terremoto. Le ofrecieron la oportunidad de llevar una de las cantinas, lo cual hizo con ayuda de sus hijas y su sobrina, y en junio, cuando nos volvimos a ver con Marie Carole, ella ya nos esperaba en su nueva tienda. “Todo fue muy difícil justo después del terremoto, pero somos haitianos, por lo que tenemos que ponernos en pie y seguir luchando”, fue lo primero que nos dijo.

Reactivando los mercados locales
Para ser una tienda pequeñita, la selección de productos disponibles es impresionante. En la tienda de Marie Carole se podían, y se pueden, ver ristras de cartones de leches, botecitos rosa de champú, dulces, botes llenos de lápices, una goma, afilador, regla y un par de compases… Todo lo que necesitan los niños para ir a la escuela.

La última vez que nos encontramos con Marie Carole fue en febrero de 2011, un año después del seísmo. Nos esperaba con buenas noticias y una gran sonrisa: “Recibí un contenedor de transporte para que lo usura a modo de tienda por parte de Oxfam, pues mi local estaba en muy malas condiciones. Ahora tengo un espacio más seguro donde guardar mi mercancía. Por favor, entrad y mirad todas las mercancías que he podido comprar”, nos dijo.

“Ahora vendo muchos productos, un poco de todo, un meli melo, si me permitís usar una de nuestras expresiones criollas. Estamos en medio de una ciudad, pero a veces una se siente como si estuviera en medio de una aldea, allí en el campo. Pues a la gente le gusta comprar en un mismo sitio todo lo que necesita, y eso es algo bueno para mí, ¡porque soy la tienda que tiene de todo!”

“Mi clientela ha crecido bastante, y los antiguos habitantes del barrio consideran mi tienda el lugar ideal para venir a hacer la compra. Además, los desplazados que viven en campamentos alrededor de esta zona también vienen a comprar aquí. Es cierto que la tienda que se encuentra cercana a la carretera principal vende más que la mía, pero a mí me va bien y no hay motivos para quejarse”.

“Sigo viviendo en un refugio temporal hecho con chapas de hojalata junto a otros 10 miembros de mi familia. Sólo yo y mi marido tenemos unos ingresos, así que seguimos luchando para satisfacer las necesidades diarias: comida, ropa, escuela, medicinas… Toda la familia depende de nosotros”.

“Con ayuda económica, muchos de nosotros hemos podido ponernos de nuevo en marcha, incluso en el caso de las personas que más afectadas quedaron por el terremoto. En mi caso, el trabajo en casa es lo que más tiempo me quita para centrarme en la expansión de mi negocio, pero confío en que las cosas cambien. Sé que no estoy sola en esta lucha y creo que Dios está de mi lado. Cuando miro atrás y recuerdo el 12 de enero y los primeros días después del desastre pienso que no había esperanza. Y fíjate ahora, es increíble, ¡aquí estoy de vuelta y en pie!”

Imagen: Marie Carole en su establecimiento. Derechos: Kateryna Perus/Oxfam

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martes, 8 de marzo de 2011

Mujeres contra el cólera

Amélie Gauthier, nuestra oficial de advocacy y comunicación en Puerto Príncipe, nos explica la historia de Elvie Luma de 30 años (imagen). Ella es la responsable del equipo de sensibilización sobre el cólera que trabaja en Gressier para evitar a través de la higiene y buenas prácticas nuevos brotes de esta enfermedad.


"Tenemos que asegurarnos de que los derechos de la mujer son la fundación de un nuevo principio y de estar atentos ante posibles retrocesos. Hoy, tenemos que ser solidarios con las mujeres de cada rincón del mundo que están trabajando para posibilitar cambios positivos en sus familias, sus comunidades y sus países."

Navi Pillay, comisionada de Derechos Humanos de la ONU


Su equipo la llama “chef” pero rápidamente ella contesta que no, “que Elvie es mejor”. Elvie tiene una cara tímida, pero a la vez dulce. Enfermera de formación, perdió su trabajo en Puerto Príncipe cuando el hospital en el que trabajaba se derrumbó debido al terremoto. Ahora, trabaja con Intermón Oxfam y de forma parecida ayuda a la gente a protegerse contra el cólera. Tiene a su cargo tres equipos para sensibilizar a los haitianos y haitianas sobre prevención de esta enfermedad y qué hacer cuando se presente un caso.

El cólera es algo nuevo en el país. Mucho haitianos desconocen completamente la enfermedad, cómo protegerse y qué hacer cuando se produce el contagio. En algunas zonas rurales creen que es castigo de Dios y quienes confían en los señores del vudú dicen que es una enfermedad “extranjera”.

La sensibilización llamada “puerta a puerta” que realizamos en Intermón Oxfam es fundamental para dar a conocer la enfermedad, cambiar el modo en el que algunas personas se comportan ante ésta y eliminar la estigmatización. Se debe tener en cuenta que una parte importante de la población no sabe leer, pues no ha tenido la oportunidad de ir a la escuela.

Durante las sesiones de sensibilización explicamos la cadena de transmisión de la enfermedad y como preparar los alimentos de manera higiénica y segura, entre otros aspectos. Damos mensajes clave para que tengan en cuenta los momentos más importantes para evitar el contagio, como el de lavarse las manos, por ejemplo. Además, les explicamos los síntomas de la enfermedad para que la identifiquen si se diera el caso.

Las sensibilización se hace de muchas maneras, puerta en puerta, como ya he dicho; pero también en las escuelas, los mercados y el tap tap (transporte comunitario). Además, para los más pequeños organizamos sesiones con un grupo de teatro, sesiones de juegos, donde se cantan canciones con mensajes clave, etcétera.

Elvie me explica que la primera vez que van a una nueva comunidad siempre es difícil porque la gente es muy desconfiada. Pero eso no es un problema, a Elvie le gusta trabajar con las comunidades y cree que esta sensibilización puede salvar vidas. Además, esos momentos difíciles del inicio se compensan cuando ella vuelve para dar seguimiento, entonces el recibimiento es mucho más cálido.

Llegado al punto en el que estamos en Haití, el cólera no desaparecerá, según afirma la Organización Mundial de la Salud, más bien se convertirá en un problema endémico y la población deberá tratar adecuadamente el agua durante mucho tiempo para evitar nuevos brotes de la enfermedad y seguir sanos. Elvie dice que poco a poco el trabajo de Intermón Oxfam está ayudando a que muchas personas conozcan la enfermedad del cólera, sepan como se transmite y también como se evita el contagio. Con las sesiones de sensibilización, estás comunidades aprenden a utilizar aquatabs (pastillas potabilizadoras) y tratar el agua con cloro.

Cada día los equipos de Intermón Oxfam sensibilizan a más de 200 familias. Las mujeres son claves, ellas son responsables de la cocina, del cuidado de los niños, y de recoger el agua. Son ellas las que contribuyen en que se haga mejor prevención y mejor protección, y en general son ellas las que reciben la sensibilización en mayor medida, más que los hombres. Hasta ahora, los equipos han sensibilizado a más de 22.000 personas en la zona, pero todavía nos queda camino hasta llegar a las 74.000 previstas en un inicio.

A final del día, de camino de vuelta a la base Elvie deja su sonrisa tímida y se comunica con su equipo en criollo: “hay 25 casos de cólera más en Kapetit, mañana nos espera un trabajo importante en la zona”, dice. En efecto Kapetit es una zona muy remota en las montañas donde deberán caminar una hora y media antes de llegar, además de alquilar caballos para llevar los kits de cólera. No a todas las partes de este país puedes desplazarte en coche.

Imagen por Amélie Gauthier/Intermón Oxfam: Elvie junto a uno de los vehículos de Oxfam.
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